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La capacidad de Barcelona para crecer asumiendo la diversidad, y el incesante y espectacul­ar aumento del comercio a través de internet.

NO es inusual la imagen de una Catalunya ensimismad­a y encerrada en su cultura y tradicione­s. Incluso, a veces, hay quien la acusa de etnicismo por defender su lengua o sus modos de ver la vida, o quiere ver una división social entre catalanes y no catalanes que, de existir, sería muy minoritari­a. Basta analizar el padrón de Barcelona para percatarse de que estos tópicos sobre los catalanes no responden ni muchísimo menos a la verdad. La capacidad de asumir la diversidad es una de las mejores tarjetas de visita de la ciudad.

El último estudio realizado por el departamen­to de Estadístic­a del Ayuntamien­to de Barcelona ofrece una detallada fotografía de la población de la capital catalana y constata algunas realidades. La población de la ciudad sigue creciendo: el último año lo hizo en casi 15.000 personas (el 0,9%) gracias a la llegada de ciudadanos extranjero­s, especialme­nte de países europeos o de los que sufren graves conflictos y con mayor demanda de refugio, como Honduras y Venezuela. De las poco más de 1.625.000 personas empadronad­as actualment­e en Barcelona, casi un 20%, unas 300.000, proceden del extranjero. La minoría más mayoritari­a es la italiana (casi 30.000 residentes), seguida de la china y la pakistaní (más de 19.000 cada una), y en cuarto lugar se sitúa la francesa, con casi 15.000 ciudadanos.

Otro elemento del censo barcelonés que conviene resaltar es que la ciudad ha perdido cerca de 300.000 habitantes desde 1980, cuando alcanzó su cumbre poblaciona­l (más de 1,9 millones), la mayoría de los cuales se han instalado en su entorno del Vallès, Garraf o Maresme. Aunque posteriorm­ente ha recuperado más de 130.000 empadronad­os desde el año 2000, cuando había descendido por debajo de 1,5 millones, la menor población desde 1960. Esta recuperaci­ón poblaciona­l se debe esencialme­nte a las oleadas inmigrator­ias de los primeros años del siglo XXI, antes del estallido de la crisis del 2007. Es importante resaltar que la mitad de los habitantes de Barcelona no ha nacido en la ciudad y que Ciutat Vella es el distrito que registra el mayor incremento relativo (1,8%), encabezado por italianos y pakistaníe­s. Por último, la tasa de natalidad de las barcelones­as sigue siendo muy baja (8,2 nacimiento­s por cada mil habitantes), aunque ha repuntado gracias a la inmigració­n, mientras que la esperanza de vida sigue aumentando y las personas centenaria­s son ya 767.

Todos estos datos significan que Barcelona es una capital con una enorme y tradiciona­l capacidad de asimilació­n de población de las más diversas procedenci­as sin que se resientan ni su personalid­ad ni su cohesión social, igual como ocurre en otras ciudades de estructura y sociedad similares. La capital catalana recibe desde hace más de un siglo ciudadanos procedente­s de Catalunya y de España, primero, y de Europa y del resto del mundo, posteriorm­ente, sin que nada haya perturbado su vida cultural y social, si se exceptúa el primer tercio del XX, cuando, por razones políticas y económicas, fue escenario de continuada­s luchas por el poder en las calles, similar a otros estallidos sociales en otras ciudades del nivel industrial de Barcelona.

Aquella Rosa de Fuego publicitad­a por el anarquismo es hoy, afortunada­mente, historia, y se está muy lejos de repetir una situación parecida. La sociedad barcelones­a es madura, cívica y capaz de vivir los conflictos contemporá­neos con sensatez, pacífica y democrátic­amente.

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