La suerte del líder del Estado Islámico sigue siendo una incógnita
podido confirmar su muerte en un bombardeo, en mayo, lo cierto es que lleva meses sin dar señales de vida. En caso de resucitar, con Mosul perdida y Raqa a punto de caer, puede llegar a la conclusión de que su reino no es de este mundo, con la excepción del desierto entre Irak y Siria y contados municipios, como Tal Afar y Hauiya –en Irak– o los alrededores de Deir Ezzor –en Siria–.
En Mosul han dado muestras de su devoción, no sólo por morir matando, sino sobre todo por huir matando, habiendo dejado tras de sí multitud de minas y trampas explosivas, incluso debajo de las cunas. Antes, en junio, el Estado Islámico llegó a derribar la mezquita de Al Nuri –del siglo XII, famosa por su minarete inclinado– para privar al ejército iraquí del símbolo fálico de su reconquista: entres sus paredes, además, fue proclamado el fantasmagórico Estado Islámico por Al Bagdadi en el 2014, y sobre su alminar ondeaba su siniestra bandera negra de cuidado diseño.
Los nueve meses de campaña militar para recuperar Mosul han provocado una crisis humanitaria mayúscula, con cerca de un millón de desplazados, de los cuales setecientos mil siguen viviendo en condiciones precarias. La suerte de los miles de personas atrapadas en la ciudad vieja de Mosul, si cabe, ha sido todavía peor, bajo el fuego cruzado. Hay relatos de vecinos que no habían visto la luz de sol desde hacía cuatro meses, refugiados en sótanos por temor a los bombardeos.
Que la derrota del Estado Islámico no sea computable automáticamente como una victoria del campo chií –luego de Irán– forma parte de las consideraciones ahora mismo en juego, sobre todo en Washington. Arabia Saudí, adalid de la primacía suní, mira la partida de reojo, sin perder de vista su asedio a Qatar. El EI era y es muchas cosas, todas malas y la mayoría confusas, quizá para siempre, pero de lo que no hay duda, ni en Washington ni en Riad, es de su condición de enemigo jurado de Irán, de la Siria de Bashar el Asad y Hezbolah.
Por otro lado, Turquía –fiel aliado de Qatar– está empeñada en que no sólo Mosul quede al margen de un hipotético Estado kurdo –lo que demográficamente tiene sentido– sino también Kirkuk, donde Ankara reaccionó con ira cuando las autoridades municipales izaron una bandera de la región kurda al lado de la iraquí.
Raqa no sólo será la batalla final del Estado Islámico, contra la infantería kurda armada por EE.UU., sino también la primera contienda del nuevo desorden.