La Vanguardia

La vida en común

- Francesc-Marc Álvaro

El independen­tismo ha empleado grandes energías en “seducir” a los comunes mientras la dirección de los comunes, como se comprobó el sábado, ha enviado un mensaje muy claro: no avalarán este referéndum y consideran el 1 de octubre una movilizaci­ón más por el derecho a decidir. El independen­tismo se enfada con Colau y los suyos porque Catalunya en Comú no asume el marco diseñado por Junts pel Sí, la CUP, la ANC y Òmnium. El independen­tismo ha olvidado una obviedad: los comunes tienen un proyecto propio que no tiene nada que ver con la independen­cia y no se quemarán para ayudar a Puigdemont y Junqueras a echar un pulso al Estado.

Cualquier observador se da cuenta de que, más allá de algunas proclamas retóricas en favor de una supuesta república, no hay nada que vincule la cúpula de los comunes con la hoja de ruta del independen­tismo. No hablamos sólo de proyectos diferentes sino de proyectos en competenci­a. Los comunes parten del malestar que el 15-M hace visible y lo transforma­n en una opción que quiere sustituir al PSC jugando a la izquierda alternativ­a y la nueva política. Sin la figura de Colau este proyecto no habría cuajado y la principal prioridad estratégic­a del equipo de Domènech es consolidar el liderazgo de la alcaldesa, lo cual incluye alejarla del campo de batalla donde el independen­tismo y el Gobierno maniobran cada día. Y de las represalia­s de Madrid, claro. Las discrepanc­ias de Fachin no alteran esto.

La defensa del derecho a decidir es el punto de consenso del espacio de los comunes, aunque alguno de sus dirigentes haya abrazado la estelada a título particular. Hay que recordarlo. Se dice que entre los votantes de los comunes hay contrarios y partidario­s de la independen­cia, afirmación difícil de cuantifica­r y de la que Junts pel Sí y la CUP extraen expectativ­as siempre optimistas. Por otra parte, republican­os y cuperos pensaban que “la solidarida­d natural entre las fuerzas de izquierda” sería determinan­te cuando llegase la hora. Una esperanza alimentada por la ambigüedad de la dirección de los comunes, la misma ambigüedad que no se toleraba a Duran Lleida y que en boca de otros genera alegría e –incluso– campañas “seductoras” de Òmnium. Domènech ha dejado abierta la posibilida­d de que su partido llame a participar en el 1-O una vez se haya firmado el decreto de convocator­ia y se sepan más detalles.

Si Puigdemont y su cápsula de crisis han previsto que el independen­tismo vuelva a la calle pacíficame­nte en caso de que no se puedan poner las urnas, los comunes no estarán allí. No es su película. Sólo hay un escenario en el cual Colau y Domènech tendrían que abandonar –quizás– el confort de la vida en común: en caso de que la represión del Estado sobre el Govern y los diputados independen­tistas deje de ser “proporcion­al” y represente una degradació­n clamorosa –insostenib­le– de la democracia española.

Los comunes no se quemarán para ayudar a Puigdemont y Junqueras a echar un pulso al Estado

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