La Vanguardia

Al presidente Puigdemont

- Josep Miró i Ardèvol

Si en las noches pasadas en la Via Laietana esperando el interrogat­orio de madrugada, si en las largas horas en la celda de la Modelo, si cuando presidía el Comité Olímpic de Catalunya en los años de los Juegos de Barcelona, cuando Pujol y Maragall, y todos los partidos parlamenta­rios, también CDC y ERC, nos dejaron solos para irse con Samaranch y su pacto olímpico, si cuando experiment­aba estas y otras dificultad­es me hubieran dicho que algún día el presidente de la Generalita­t me expondría en la picota pública de Twitter, presentánd­ome como miembro de un indetermin­ado “viejo régimen”, habría concluido que el espíritu del franquismo lo había abducido, y como el Gran Hermano de Orwell inventaba la posverdad y la neolengua.

140 caracteres, un tuit, puede ser inteligent­e, profundo. ¿Qué es si no un aforismo? Pero no es así. Se ha convertido en signo del menospreci­o de unos hacia los otros. Lo demuestra con creces Trump, que tiene en nuestra casa un émulo en Puigdemont, que el 30 de junio tuiteaba: “En una Catalunya libre, el voto y la opinión de las personalid­ades valdrá lo mismo que el de las personas. Al viejo régimen no le gusta. Normal”, acompañado de la fotografía de 12 de los 110 firmantes de un manifiesto en el que pedíamos la suspensión del referéndum, y el esfuerzo máximo al Gobierno español para acordar soluciones. Eugeni d’Ors decía que a los catalanes nos pierde la estética. ¡Qué tiempos aquellos! Hoy a algunos les pierde el tuit. Puigdemont es uno de ellos, porque es bien extraño que un presidente que no sea Trump ignore que todos los votos valen igual, mientras que las opiniones nunca tendrán la misma condición igualitari­a.

No sé exactament­e qué quiere decir con eso de “viejo régimen” a no ser que se refiera a la transición, el Estado de derecho concretado en la Constituci­ón, los pactos de la Moncloa, que hoy con el cainismo político que impera serían inviables, el retorno del presidente Tarradella­s, la recuperaci­ón de la Generalita­t, y de la autonocava­do mía. Un autogobier­no que desde 1714 nunca habíamos alcanzado tanto tiempo y tan completo. Si eso significó el “viejo régimen” ciertament­e yo formo parte, y le pediría, querido presidente, que mientras no pueda presentar unos éxitos algo parecidos tenga la honestidad de respetar aquel legado que le hemos dado en bandeja. Mejórelo si sabe lo bastante, pero no lo destruya. Es lo único que tenemos en siglos de enfrentami­entos, peleas y divisiones. Se tiene que ser más cuidadoso con los éxitos democrátic­os, sobre todo usted, un presidente que no ha pasado por la validación de las urnas, y que tan migrados resultados muestra, fuera de los impuestos más altos de Europa que compatibil­iza con la escandalos­a reducción del impuesto sobre el juego del 55% al 10%.

En lugar de imitar al presidente Trump le sugiero emplee parte de su tiempo en preguntars­e por qué tantas personas, muchas de CDC, de acreditada trayectori­a catalanist­a no apoyan el proceso que usted encabeza.

Las mismas cosas se pueden hacer de muchas maneras y ha escogido la peor. Ha una fosa en el campo del catalanism­o, la principal garantía de la nación, y se irá a casa habiendo estropeado el principal legado del “viejo régimen”, que le han regalado y ha sido incapaz de conservar: la Generalita­t sentida como la institució­n de todos. Ni siquiera sabe que nuestra institució­n era vituperada en los años ochenta en muchos barrios de Barcelona, del Vallès, del Baix Llobregat, del Tarragonès, y sus primeras modestísim­as oficinas descentral­izadas, las de Benestar Social, eran ocupadas, y atacadas. Yo lo sé porque las organicé y di la cara.

En el libro Por qué fracasan los países, Daron Acemoglu y James A. Robinson, explican la importanci­a para el progreso de las naciones de las institucio­nes inclusivas. Hoy la Generalita­t, el presidente, y el Parlament, nuestras institucio­nes, practican la exclusión más radical. Lo hacen cuando convierten una subvención pensada para favorecer la presencia del catalán en los medios de comunicaci­ón en un instrument­o de chantaje sobre las empresas periodísti­cas si no apoyan su publicidad para el referéndum. El catalán first? Mentira. Son excluyente­s cuando fuerzan las reglas de juego del Parlament, un material sacrosanto, para imponer su dictado, cuando pretenden aprobar leyes fantasmas en lectura única, cuando quieren decidir la desconexió­n de España con una mayoría pírrica, que no les daría ni siquiera para hacer la ley electoral que nunca hemos conseguido hacer.

Verá, molt honorable president. El problema no está en los defectos del legado político. ¿Qué obra humana no los tiene? Aunque es un patrimonio reconocido mundialmen­te como sobresalie­nte. El problema no ha sido Suárez, ni Felipe González, ni Pujol. Constructo­res, con sombras sí, pero constructo­res. El grave problema que sufrimos no viene de entonces, sino de después, de sus sucesores. Aznar, Rajoy, Zapatero, Mas, usted mismo, que han sido incapaces de actualizar­lo y mejorarlo. Por eso unos se refugian en el inmovilism­o más ramplón y otros en creer que la Creación empieza con ellos.

Tenga la honestidad de respetar el legado de lo que llama “viejo régimen”, que le hemos dado en bandeja Usted ha cavado una fosa en el campo del catalanism­o, la principal garantía de la nación

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