Caso, casas, casa, casemos, case
En este siglo XXI una boda ya no es la puerta de entrada a la convivencia, sino una fiesta a la carta
En el Foment Hortenc, los alumnos de la escuela de adultos de teatro representaron, por final de curso, Teatre sense animals, una pieza del dramaturgo, actor y director francés Jean-Michel Ribes, que Sergi Belbel estrenó hace más de una década en el Romea. Son escenas que flirtean con el absurdo sin dejar de tocar con un pie en el suelo. En una de ellas, un padre le cambia el nombre a su hija adolescente (le niega que se llame Monique) y eso provoca una acalorada discusión durante la que el padre le reprocha que no recuerde nada del día en el que se casó con su madre. La estupefacción de Monique conforma un gag de efecto inmediato porque el público asume lo absurdo que resulta el reproche. Al día siguiente, veo las fotos de la boda de Leo Messi y compruebo que desactiva el marco mental sobre el que Ribes fundamentaba la réplica, porque los novios aparecen acompañados por sus hijos en todo momento. No se puede decir que Messi y Antonella sean una pareja anticonvencional ni rompedora. Todo lo contrario. Pasa que la convención ha cambiado. La boda ya no es la puerta de entrada a la convivencia, sino una fiesta a la carta. Una más de las muchas derivas semánticas de este siglo XXI, capaz de celebrar una carrera denominada Dakar en América.
Este viernes, en el marco incomparable de Can Ribas, en Bigues i Riells, se casó (casamos, casé) mi sobrino Màrius con Judit. El hecho que ya lleven años de convivencia no les impidió recuperar toda la narrativa nupcial, despedidas de soltero incluidas, y hoy mismo soportarán estoicamente las colas de los controles de pasaporte mientras tiran hacia una luna de miel espléndida en Hawái. El verbo casar es transitivo, pero su transitoriedad (no jurídica) es especial. Los curas o los alcaldes casan a la gente, pero los padres también casan a los hijos (“¡ya hemos casado a la niña!”) y los interfectos se casan (entre ellos). En el caso de mis sobrinos, les casé yo. Literalmente. Hice de maestro de ceremonias en la boda, que es un modo de decirlo extraído de los folletos que anuncian actos culturales. No era la primera vez que lo hacía (ya casé a mi sobrina Núria con David) y ellos también repetían (justo el día antes pasaron por el registro con los testigos para cubrir el trámite legal), pero es la boda que documenta el reportaje fotográfico del gran Jordi Ribó. El memorable. La boda de veras. El viernes en can Ribas, a la hora de declarar a Màrius y Judit marido y mujer, como la legalidad vigente no me otorgaba ninguna autoridad nupcial, repetí la fórmula verbal que ya me funcionó con Núria y David: “En virtud del amor que sabemos que os profesáis, los aquí presentes os declaramos marido y mujer”. La primera persona del plural, siempre tan acogedora.