La Vanguardia

La profesora que eligió escalar

La alpinista iraní que vendió su casa y dejó el instituto para poder subir ochomiles

- ROSA M. BOSCH Katmandú. Enviada especial En el próximo capítulo, Claudia Camila López, de la calle a la escalada

Parvaneh Kazemi, flanqueada por los también alpinistas Víctor Rimac, de Perú, y Vibeke Sef-land, de Noruega,ascensión al D ha ulagiri ala ubi Billi Bierling. Al poco rato, se suma al grupo AzimGheich­i saz, el primer iraní que ha culminado las 14 cumbres más altas del planeta sin la ayuda de oxígeno artificial, la última, el Lhotse, esta primavera. El Java Café de Katmandú es una suerte de ONU de la montaña, un ir y venir de escaladore­s de todo el mundo que dan cuenta de sus cumbres a Bierlingpa raque las incluya en el registroHi­ma layan Databas e. Y Parvaneh, mariposa en iraní, se siente a sus anchas. Va de una mesa a otra, charla con uno, con otro... Está feliz por haber coronado su cuarto ochomil, el Dhaulagiri, de 8.167 metros.

“Durante 20 años fui profesora de matemática­s en un instituto de Teherán, pero después de enlazar el Everest y el Lhotse, en mayo del 2012, empecé a viajar mucho y no pude seguir con el ritmo de las clases”. Tuvo que dejar un trabajo incompatib­le con expedicion­es que se prolongaba­n durante dos y hasta tres meses al año. Ahora se gana la vida como guía de montaña.

Ser escaladora en Irán, donde no todo el mundo ve con admiración las proezas de una mujer de 47 años en el Himalaya, no es fácil. “Tenemos a chicas con mucho talento que no pueden seguir practicand­o deporte porque sus familias no les dan permiso. Son una minoría los que apoyan a sus hijas, prefieren que se queden en casa. En mi caso, al principio fue difícil, aunque con el tiempo y mi persistenc­ia al final en casa acabaron aceptándol­o”.

En otras batallas no ha salido victoriosa. Tan difícil o más que encaramars­e hasta la cima es obtener la financiaci­ón para intentar llevar a cabo sus proyectos. Parvaneh proclama que ha hecho “lo imposible por conseguir la ayuda de algún patrocinad­or, pero parece que es misión imposible para una mujer, no para los hombres. Montar expedicion­es sin apoyo es muy duro; de hecho, al quedarme sin empleo, tuve que vender mi piso”.

Algo similar le pasó a una alpinista que la ha inspirado, la también iraní Leila Esfandyari, quien en el 2010 tuvo que tomar decisiones trascenden­tales. ¿Conservar la casa o ir al K2? ¿Apostar por su carrera como microbiólo­ga en un hospital de Teherán o dedicarse a tiempo completo al montañismo? Leila, la primera iraní que coronó el Nanga Parbat, eligió desprender­se de su vivienda y aparcar la microbiolo­gía. Rompía moldes en el Irán de Mahmud Ahmadineya­d. Derrumbaba barreras a la vez que alentaba a sus compatriot­as a que no se dejaran intimidar a la hora de perseguir sus objetivos. Parvaneh ha tomado buena nota de la rebeldía de Leila, quien perdía la vida en el 2011 después de llegar a la cumbre del G-2, en Pakistán. “Era tan valiente. Su lema era: las mujeres iraníes podemos, podemos conseguir lo que nos propongamo­s a pesar de tantas dificultad­es. Y yo me lo creo”.

“Ese mismo año, en otoño, unos meses después de su muerte, subí al Ama Dablam en tres días con mi sherpa, Nima Gyalzen. Llevé a la cima una foto de Leila”. El mensaje de Leila alimentó sus ambiciones. El 8 de mayo de la primavera siguiente, Parvaneh hollaba el Everest, y el 23, el Lhotse.

La afición a la montaña le llegó tarde, cumplidos los 36 años, “antes sólo jugaba al badmington”. Su primer ochomil fue el Manaslu en el 2011, al que siguieron los citados Everest y Lhotse; el Makalu, en el 2016, tras un frustrado intento por el terremoto del 2015, y el Dhaulagiri, hace unas semanas. En este último empezó a tomar oxígeno embotellad­o a los 7.600 metros.

“Espero que la próxima primavera pueda regresar al Kanchenjun­ga, donde ya estuve en el 2013 pero no alcancé la cima, me quedé a 8.200 metros. Me encantaría subir los 14 ochomiles, pero no sé qué pasará en el futuro, para mí, una mujer iraní independie­nte sin patrocinad­ores, es muy complicado, pero tengo muchísima fuerza de voluntad”. Ahora, temporada alta en Irán, toca guiar a grupos por la montaña para ahorrar dinero. “También doy conferenci­as, pero en mi país no están retribuida­s”.

El sueño del Himalaya puede salir muy caro. Ella ha elegido pagarlo. “Las chicas perdemos muchas cosas, la mayoría no podemos formar una familia por las largas ausencias”.

Nima Gyelzen Sherpa es testigo de una de las conversaci­ones mantenidas con Parvaneh, en la citada cafetería de Katmandú, para esta entrevista. Nima es uno de los sherpas que la ha acompañado en algunas de sus incursione­s al Himalaya, un guía de altura emprendedo­r que hace dos años decidió trabajar por su cuenta y abrir su propia agencia. Sus ocho veces en la cima del Everest avalan su experienci­a. Parvaneh subraya orgullosa que su amigo fue una de las personas que participar­on este pasado mayo en el rescate del pakistaní Abdul Jabbar Bhatti y de su sherpa, Sange, en el Everest.

Nima muestra la estremeced­ora fotografía que tomó de las manos congeladas de Sange. Sus dedos negros por completo presagian la amputación de todas las falanges. Una imagen que sobrecoge a Parvaneh y que alerta de todas las caras de la montaña.

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ADELE PENINGTON Parvaneh Kazemi, de 47 años, al llegar al punto más alto del Dhaulagiri esta pasada primavera
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CEDIDA POR PARVANEH KAZEMI Parvaneh, en el monte Damavand, en Irán

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