La Vanguardia

Cerrar todas las llaves de paso

- Jordi Llavina

El sábado fui al tanatorio de mi ciudad. Había fallecido el padre de una buena amiga, que hace un montón de años fue también mi profesora. Abracé a Anna, que me dijo que su padre había muerto de una manera tranquila, “como si lo hubiera hecho tras cerrar todas las llaves de paso” –añadió Pere, su marido, amigo mío también–. La idea me pareció muy bonita, y me remitió al tiempo en que el sacristán de una parroquia iba apagando las velas y los cirios más altos de la iglesia con el matacandel­as, esa especie de caña terminada en un cucurucho de hierro que ahoga las llamitas.

Al salir, reparé en que el edificio, que está justo al lado del cementerio donde yacen los restos de Eugeni d’Ors, goza de unas vistas espléndida­s de la colina de Sant Pau, en cuyo llano crecen verdes viñedos, en esta época repletos de hojas de vid y cargados de unos racimos que van hinchándos­e demasiado lentamente. ¡Hace falta más agua! Poco antes habían caído cuatro gotas muy molestas. Al sentarme de nuevo al volante, me di cuenta de que el capó estaba manchado de polvo blanco, puesto que las gotas caídas eran de barro. ¡Agua es lo que necesitamo­s, no fango! El día era gris, feo. Me vino a la cabeza un poema de Àlex Susanna que se refiere a un “desgraciad­o que ha fallecido en medio de tanta luz”. Pero no, Peret se había apagado el viernes, día en que las nubes alternaban con los claros. Ha sobrevivid­o trece años a su esposa, y ha muerto en paz, como querríamos hacerlo todos, tras cerrar todas las llaves de paso, marchándos­e de puntillas (como, en un verso de Vinyoli, se dice que se acercan a la conciencia del poeta sus muertos).

Hablando de Vinyoli: mi amiga adaptó, para el recordator­io de su padre, el poema El silencio de los muertos. Por lo visto, tenía este par de versos revolotean­do en su memoria: “Como si apenas nos separara una pared de humo / que sólo nos impide vernos”. Idea muy sugerente, como lo son también las que la acompañan: “Has de vivir tu vida mezclada con la suya”. Fue entonces cuando salí del tanatorio y advertí ese desparrame verde de los viñedos allí abajo. Ya en el coche, puse la radio y alguien hablaba de Roma, que para mí significa el culmen de la dicha de la vida. Recordé el reciente viaje de final de curso con mis alumnos, y concluí que es una bendición que, a la postre, todos los caminos conduzcan a la ciudad eterna.

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