La reválida de la ‘fábrica’ del CAR
Después de cinco años de funcionamientos, el Centre d’Alt Rendiment (CAR) de Sant Cugat estaba a punto para someterse a la reválida de verdad: cuántos campeones olímpicos habrían salido de sus instalaciones. Esa fue la pretensión de la Generalitat y el Consejo Superior de Deportes cuando crearon en 1987, un año después de la designación de Barcelona como sede del 92, la llamada “fábrica de campeones”. Aunque el cronista de
La Vanguardia, Albert Turró, iba más allá en la definición de la institución, que calificaba como “el imperio de la ilusión”, el “Camelot de unos deportistas que persiguen su particular y respectivo Santo Grial: la medalla olímpica, el título mundial o europeo que recompense adecuadamente muchas horas de trabajo y esfuerzo, largas noches de insomnio imaginando el fugaz instante de gloria que justifique una afición que el tiempo se ha encargado de transformar en una auténtica obsesión”. Tal era el caso, por ejemplo, de Javier García Chico, a quien su entrenador, Hansi Ruf, vaticinaba “el podio siempre que haga el concurso de su vida y sus adversarios no rindan a su mejor nivel”. El pertiguista barcelonés no falló con el pronóstico y se colgó el bronce. Fue una de las 5 medallas que se formaron en el CAR en Barcelona’92. Un centro modélico, que se preocupa de los estudios de los deportistas, de su desarrollo psicológico y personal, además de su progresión deportiva, “y de su futuro”, como subrayaba el director del CAR, Joan Anton Prat. El CAR contaba en 1992 con 323 camas y 26 instalaciones deportivas en un complejo situado en un antiguo centro de rehabilitación de lesionados que habían creado las mutuas de seguros, pero que nunca pusieron en funcionamiento por su carestía.