Materia reservada
Alemania ha endurecido las reglas sobre inversión extranjera para proteger a empresas estratégicas de compradores de fuera de la UE, en particular de China. Alemania ha sido siempre una economía abierta. En el 2016 frunció el ceño cuando la española ACS (una compañía endeudada de un país endeudado, según su manera de ver) se hizo con la constructora Hochtief. Pero aceptó. Hace un año, sin embargo, se encendieron todas las alarmas cuando el primer fabricante chino de electrodomésticos, Midea, compró Kuka, empresa de alta robótica, orgullo de la innovación alemana.
Para defenderse, Alemania ha ampliado el carácter estratégico –donde el Estado tiene la última palabra– a actividades como la prestación de servicios o la fabricación de software para sectores como las redes eléctricas, las nucleares, el abastecimiento de agua, las redes de telecomunicaciones, los hospitales o los aeropuertos.
No es fácil determinar hoy qué es una actividad estratégica. La industria ya no se mueve en compartimentos cerrados. Las empresas punteras, más todavía si operan en el ámbito digital, saltan de un sector a otro con facilidad. Son además el fruto de ecosistemas (formación, ayudas públicas, infraestructuras) que han sido financiados con impuestos. ¿Tiene sentido que toda esa inversión se desvanezca de súbito cuando esas empresas se venden?
Francia siempre ha sido reacia a que sus empresas caigan en manos extranjeras. Reino Unido da todas las facilidades, condicionado por la City (donde toda transacción es negocio). La Alemania más industrial empieza a protegerse. Y en el sur, España, Grecia y Portugal –al menos hasta ahora– no quieren oír hablar de restricciones a la venta de empresas. Y menos a los chinos. Los esperan con las manos abiertas.
La realidad más cercana, cada día más internacionalizada, muestra la complejidad de la cuestión. En el 2007 Catalunya “perdió” Ecotècnia, pionera de la energía eólica, que pasó a manos Alstom. Visto en perspectiva, Ecotècnia no hubiera podido sobrevivir sola en un entorno tan especializado e intensivo en capital como el suyo. Pudo mantener la sede, y el empleo (pero sólo por unos años). Lo relevante, entonces, fue que el capitalismo local (maduro, poco dado a los riesgos) la dejó escapar.
En el 2015, un grupo estatal chino, Bright Food, compró Miquel Alimentació, empresa familiar. Como ahora un fondo británico, BC Partners, ha comprado Pronovias, otra familiar. Pero ni la alimentación ni la moda son estratégicos (al menos aparentemente). En el 2015, Panasonic tomó el control de Ficosa, también de origen familiar. Ahí la administración catalana mantuvo una participación en el capital, y con lógica: la electrónica de la automoción es un sector muy competitivo y de los que más innova. Pero si una empresa aspira al adjetivo de estratégica, esa es Abertis. Gestora de autopistas de peaje, empresa que garantiza los accesos a Barcelona, sus accionistas, Criteria Caixa, se disponen a venderla a un grupo italiano.
Nadie podrá decir que esta no es una economía abierta...
La elevada competencia en la industria obliga a revisar el carácter estratégico de determinadas actividades