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Las propuestas socialistas para romper el bloqueo entre la Generalitat y el Gobierno central, y el dudoso comportamiento de China con el premio Nobel de la paz recientemente fallecido, Liu Xiaobo.
LA República Popular China ha mostrado su peor cara con el inhumano trato dispensado al disidente Liu Xiaobo, premio Nobel de la Paz en el 2010, cuyo fallecimiento el jueves recuerda el sistema dictatorial que rige en el gigante asiático. Liu Xiabo, de 61 años, había desafiado al sistema y el sistema le hizo pagar su disidencia para dar ejemplo a la población –como ya sucedió con la magnitud de la matanza de Pekín de 1989, en los aledaños de la plaza Tiananmen–. Cuando la comunidad internacional premió con el Nobel a Liu Xiaobo, el primer chino distinguido con este honor, su situación lejos de mejorar empeoró. Para Pekín se trataba de una intromisión exterior inaceptable y hasta el último suspiro de vida del disidente hizo prevalecer el orgullo patriótico a los deseos de un ser humano ejemplar y moribundo.
Este tratamiento no debería sorprender a nadie. El proceso de liberalización económica iniciado en 1978 por Deng Xiaoping ha transformado de forma revolucionaria y positiva el día a día de los chinos, dejando atrás la ineficacia, los lastres del entonces hegemónico sector público y la centralización, características del maoísmo. El nivel de vida se ha multiplicado, las tradicionales privaciones han desaparecido y, lo más importante, el pueblo chino ha podido desarrollar su sentido comercial, las capacidades individuales y una laboriosidad que parecía dormida antes de la ambiciosa reforma de Deng Xiaoping, fallecido en 1997. A cambio, el Partido Comunista se arroga el monopolio del poder político y mantiene el criterio de que la reforma política –y, por supuesto, unas elecciones– debe esperar. Cuando una nueva generación puso en tela de juicio esta suerte de contrato con las protestas estudiantiles de Tinanamen de la primavera de 1989, el partido optó por dar un escarmiento ejemplarizante. Centenares de muertos y las primeras purgas. Liu Xiaobo fue uno de los señalados a pesar de su mediación ejemplar la noche de la matanza cuando negoció, junto a otras personalidades, la salida pacífica de los estudiantes de la plaza Tiananmen.
Lejos de plegarse, Liu Xiaobo fue un espíritu rebelde, al que el sistema no pudo comprar con pactos tácitos, a diferencia de otros activistas del 89 que optaron por el exilio o el acomodo. Su lucha incansable tuvo la suerte y la desgracia de ser reconocida por Occidente y esto reavivó la intransigencia del sistema. El alma china tiene aún grabada las humillaciones recibidas por las potencias mundiales en el siglo XIX. Nunca le ha temblado el pulso a Pekín a la hora de responder de forma implacable a quienes desafían su autoridad.