‘L’hora dels adeus’
Auld Lang Syne es un poema que Robert Burns escribió en 1788 en lengua escocesa (no confundir con el gaélico), scots y no inglés, y el mismo Burns declaró que versionaba una canción muy antigua. Ahora es una tonada tradicional que se canta en la Nochevieja y en funerales o despedidas más o menos multitudinarias. “Hace mucho tiempo” sería su significado, aunque suele traducirse también como “Por los viejos tiempos”. En castellano hay una versión que es el “Vals de las velas” y que los scouts hispanohablantes acostumbran usar. En catalán, en otra versión libre que tampoco tiene gran cosa que ver con la letra original, la canción es L’hora dels adeus y aunque no se haya sido scout, seguro que al menos la primera estrofa y su música acuden inmediatamente a la memoria.
“És l’hora dels adeus / i ens hem de dir: Adeu-siau! / germans, dem-nos les mans, / senyal d’amor, senyal de pau.” Por supuesto, la canción tiene un trasfondo cristiano evidente. No sé si la entonarían los restantes miembros del Govern en su despedida de los tres consellers más el secretario del ejecutivo catalán tras su salida el pasado viernes, pero tal vez no hubiera sido inapropiado.
No han sido cesados, sino que se han ido, dando un paso al lado, como en la samba y en la rumba. Y por supuesto que todo esto es una muestra de fortaleza del Govern y de su president y de hecho “blinda” (sic) el referéndum del uno de octubre. O esa es la versión oficial y la que sus altavoces habituales llevan pregonando desde que esta última crisis de gobierno se ha producido. Cuestión de fe, claro. “Juntos como hermanos, miembros de una Iglesia” sería un himno adecuado para el nuevo ejecutivo de Puigdemont y Junqueras, reforzado en su fe y tan, tan convencido que no duda en expulsar a los tibios, siempre más de temer que los herejes.
Se le atribuye a Groucho Marx aquello de que “Han ido ustedes de victoria en victoria hasta la derrota final”, que tiene el significado obvio y opuesto a la victoria final de Churchill pese a que iba de derrota en derrota. No sé qué cita sería más apropiada para lo que estamos viendo, pero desde luego sí que me permito entonar un llanto íntimo y fúnebre por la extinción de Convergència y de su catalanismo posibilista. Hemos vivido en directo la defunción, si no el suicidio, de un partido político que tuvo en su día voluntad de ser hegemónico e integrador. Hay una forma de imaginar el futuro de Cataluña que parece ya no tiene cabida entre ese grupo de fieles juramentados y, como también se nos repite insistentemente a la ciudadanía de a pie, dispuestos a llegar hasta el final. O sea, que estamos aviados, entre unos que impedirán el referéndum por cualquier medio necesario y los que lo impondrán contra cualquier discrepancia. ¡Viva la democracia! En efecto. ¡Y que viva Cartagena!
La crisis de gobierno, que agrava y profundiza la división que ya se echó de ver con la salida fulminante de Baiget, es definida, contra toda lógica, como una muestra de energía y poderío, se celebra como un magnífico golpe de efecto. Y se ensalza a Carles Puigdemont, el presidente accidental transmutado en imprescindible que hace recordar aquello de “Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario” que gritaba un paisano en Amanece, que no es poco, maravillosa película de un espléndido surrealismo hispánico. Porque ni la CUP ni ERC deben haber tenido nada que ver con la purga de consellers y cargos exconvergentes, claro. Para nada. Decisión presidencial libre y soberana y reo de traición quien diga lo contrario. De hecho, han sido los cuatro cargos quienes se han inmolado en el altar del proceso. Por coherencia. Ya que dudaban, han purgado sus dudas en público; al menos se han librado de la hoguera.
Para volver por un momento a Groucho, el concurso que presentó primero en la radio y luego en televisión se llamaba You bet your life, que viene a significar “Apuéstese la vida”, y aunque era un concurso de preguntas y respuestas amable y bienhumorado, con una palabra secreta que si el concursante la pronunciaba se llevaba cien dólares (por cierto, los concursantes solían ser una pareja), lo malo era que había que soportar, sobre todo si se fallaba, las burlas del propio Groucho, empeñado en el absurdo y que a menudo llevaba a sus concursantes al ridículo. Truth or Consequences fue el otro concurso de periplo similar en Estados Unidos. O aciertas o sufres las consecuencias, escarnio y mofa incluidos…
A veces parecería que también nosotros estamos viviendo un concurso, un reality show que escribe un guionista particularmente avezado en momentos dramáticos y giros argumentales.
No parece que tenga mucho sentido decir que es más fuerte un proyecto político porque ahora ya no están los que dudaban. Es más, el empeño en expulsar a los indecisos no parece el mejor método para sumar adeptos a una causa, sea la que sea. Pero los tiempos y sus rituales y sacerdotes son los que son. Y recuerdan aquel colmo humorístico de la infancia: era una cabeza tan pequeña tan pequeña que no le cabía la menor duda.
Se han ido, dando un paso al lado, y por supuesto, todo esto es una muestra de fortaleza del Govern A veces parecería que también nosotros estamos viviendo un concurso, un ‘reality show’