Ni un día sin escribir un poema
Rafael Argullol escribió un diario en verso durante tres años, de enero del 2012 a enero del 2015
Durante tres años, Rafael Argullol escribió un poema diario. Desde el primero de enero del 2012 al primero de enero del 2015. El resultado son los 1095 poemas de Poema (Acantilado) y en él –escribe en su nota introductoria– “han quedado registrados los pensamientos, sensaciones y recuerdos dominantes en cada jornada con respecto a mi vida y a la vida que sucedía a mi alrededor, tanto en lo concerniente al presente como al pasado”. Es un Argullol que renueva, dándole otra expresión, su experiencia con la escritura de El cazador de instantes (1990-1995), que definía de la siguiente manera : “el cazador de instantes es un aprendiz de la imaginación que aspira a convertirse en maestro de la memoria.” Ahora ha ampliado los intersticios por los que se cuela el cuerpo de lo vivido.
El primer poema marca la pauta. En la noche que marca el paso del 2011 al 2012, el autor describe una fiesta de Nochevieja en un barco fantasmático, donde se celebra “el amor, el baile, el vino y el beso”, mientras Caronte, el barquero de la muerte. espera. Fiesta en la balsa de la Medusa y un eco del día Reyes en el que Argullol estuvo a punto de morir en su infancia.
“El libro –dice Argullol– es un experimento casi fisiológico. Quería ver que salía, si me proponía escribir poesía con cierta profundidad siguiendo los ritmos de cada día, abierto a que el mundo te penetre, a las vibraciones del mundo, a cuántas máscaras distintas recurrimos”. Argullol habla de máscaras como hablaba Nietzsche. Dentro de uno mismo conviven los ecos de una polifonía de voces, y no siempre su voz es armoniosa, sin que ello quiera decir que se pierda la capacidad de no mentirse.
El autor dice que no le gusta escribir diarios en los que quede regristada “la cotidianedad del café con leche y croisant”. Él hace presente la memoria y dice “me exigí mediante un trabajo ascético escribir un poema a cualquier hora del día o de la noche, ocurriera lo que ocurriera, con total desnudamiento”.
Más que poesía, Argullol asegura que busca lo parapoético, una búsqueda de la expresión esencial –“lo que, por Dios, no quiere decir solemnidad”– y de la relación entre el mito y el símbolo. lo interior y el exterior. “Si hablo de la batalla de Alepo, me remonto a Roma”. O si lee en el diario noticias sobre la reunión del Foro Económico Mundial en Davos, recuerda el sanatorio de la montaña mágica de Thomas Mann en los Alpes suizos y cómo en lugar de conversaciones magnéticas y amores refinados, acuden ”los codiciosos de la Tierra para dar lecciones de filantropía”. Pues para Argullol, que niega el ritmo de las estaciones, “hay un trasfondo de lucha contra el tiempo lineal, para mí, el tiempo es ciclico, el eterno retorno de las cosas”.
Hay parábolas, aforismos, reflexiones, evocaciones de lugares visitados, opiniones, epigramas, elegías, referencias a libros leídos, sueños, citas, un dolor de muelas, alusiones a personas que trató... A veces mezclados. “En los textos sobre viajes –dice– no estoy atento a los kilometrajes” y por eso en Turín no evoca sus calles delineadas por los Saboya, sino el momento en que Nietszche perdió la razón. O hablando con un piloto de fórmula 1, Arturo Benedetti, que, en un cena en Roma hacía paralelismo con la música y las carreras de auto: “Debussy para arrancar, Chopin, pasados los doscientos”.
Hay escritos sobre arte y uso de los colores y símbolos. Para él, el azul es vida y muerte; el rojo, pasión, búsqueda y anhelo; el ocre, incendio; el blanco, exploración; el verde, nacimiento y el negro, cosmos, la suma de todos los colores”.
Entre los muchos pensamientos, además de la sombra de la muerte y del tiempo cíclico, late la necesidad de reivindicar la opinión propia, contraria a la opinión general o mayoritaria, el disparo verbal del francotirador, una sensación de que sólo la belleza permanece y también la constatación del imperio de la mediocritas que impide el vuelo del águila o corta las piernas del que sobresale para igualarlo en estatura. Pero sobre todo, en el campo de lo propositivo, Argullol defiende con pasión la palabra. “Muchos jóvenes no entienden la expresión ‘dar la palabra’, no encuentran su significado. La palabra se ha vaciado de contenido”. El autor ha insistido en sus últimos tiempos en denunciar la demolición de los vínculos entre la verdad y la palabra y lo hace recordando el testamento del mundo de ayer que abandonó Stefan Zweig en Petrópolis, una civilización que se desplomaba como un edificio en ruinas. “No hemos querido recuperar la verdad interna de la palabra. En política ha dejado de existir en nombre de otras prioridades de tipo económico”.
¿Poema es poesía? La lectura de muchos de los textos pueden leerse igual dispuestos en la página como párrafos de prosa que desplegados en forma de verso. En otros cuida más los acentos del ritmo o los silencios del espacio en blanco. Lo interesante, para Rafael Argullol, era la exploración.
EXPLORACIÓN “El libro es un experimento, escribir siguiendo los ritmos de cada día” PÉRDIDA DE LA PALABRA “Muchos jóvenes no entienden la expresión ‘dar la palabra’”