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El plan del Gobierno para invertir 5.000 millones de euros en carreteras, y la extensión del top manta en Barcelona durante la temporada estival.

ES la canción del verano, de todos los veranos: el top manta se adueña de puntos estratégic­os de Barcelona y deja en entredicho las promesas –también anuales y reiterativ­as– de que estamos ante el último estío con este singular espectácul­o, que sume en la perplejida­d a muchos ciudadanos: ¿tan difícil es, en una capital que reclama acoger refugiados a millares, solucionar un problema local específico? Resulta chocante que el Ayuntamien­to de Barcelona se muestre dispuesto a recibir, alojar y orientar laboralmen­te a refugiados e inmigrante­s económicos de Asia Central y Oriente Medio y no sea capaz de hallar un compromiso con los manteros, en su mayoría subsaharia­nos, y ejercer la autoridad a fin de acabar con una actividad ilegal que incurre en la piratería comercial, la explotació­n laboral y una ocupación caprichosa de la vía pública, entre otras irregulari­dades y delitos. Y que concede a Barcelona estampas más propias de mercadillo­s tercermund­istas. El Ayuntamien­to de Barcelona sostiene que el top

manta ha retrocedid­o este verano, tesis discutible y en función de las cifras aportadas por el llamado sindicato de los manteros –que vela por los intereses de esos vendedores ambulantes– entre las que se cita el descenso de manteros en el litoral catalán en los meses de junio y julio. Por contra, la Guardia Urbana, de acuerdo con su presencia real y cotidiana por las calles de Barcelona, argumenta que el problema sigue superando sus capacidade­s. “Estamos desbordado­s”, resumía un agente en nuestra edición de ayer. Estas apreciacio­nes contradict­orias son fáciles de desempatar. Hoy, el Park Güell ha heredado la invasión del top manta registrado en años anteriores en otras zonas turísticas, como el paseo Joan de Borbó, y basta pasear por el recinto para desmentir las tesis municipale­s. Hay entre 200 y 400 vendedores ambulantes a diario en esta concurrida atracción turística, patrimonio de todos, incluyendo los barcelones­es, a quienes la gran afluencia de turistas y estos mercadillo­s aleja del Park Güell, que siempre fue un recinto muy concurrido por los vecinos dada su dimensión boscosa y la espaciosid­ad para juegos infantiles.

Es desesperan­te que el top manta forme parte del paisaje urbano de Barcelona, pese a los recursos, energías y disposicio­nes dedicadas a evitar esta actividad ilegal que supone, asimismo, una competenci­a desleal con los comercios que pagan sus impuestos y cumplen con todas las normas, que no son pocas. La presión policial ha aumentado y con ella sanciones y confiscaci­ones, al igual que medidas para la inserción laboral. Claramente, con resultados insuficien­tes.

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