Faro de la Ilustración
Doscientos años después de su muerte, el 14 de julio de 1817, la figura de Anne-Louise-Germaine Necker, baronesa de Staël-Holstein, más conocida como madame de Staël, emerge de nuevo como un referente de la Ilustración, del progreso y la razón, del fervor democrático y del cosmopolitismo. Ferviente opositora a Napoleón, que la envió al exilio sin dejar de profesar por ella reconocimiento intelectual, madame de Staël vuelve a estar de actualidad tras la reciente edición de sus memorias traducidas por las investigadoras Laia Quílez y Julieta Yelin (Penguin, Random House, 2016), que actualiza la firmada por Manuel Azaña para Espasa-Calpe en 1919. Novelista, filósofa, politóloga, crítica, salonnière, De Staël reunía todos los viernes en su salón –que abrió en la embajada de Suecia– a filósofos y científicos, a los más selecto de la intelectualidad francesa, desde Diderot a D’Alembert. Lo frecuentaban también La Fayette, Noailles, La Rochefoucault, Talleyrand y Condorcet entre otros. Era una mujer brillante, muy inteligente, receptiva y locuaz. Dijo: “Siempre he amado a Dios, a mi padre y a la libertad”. Germaine de Staël tuvo una influencia decisiva sobre casi todo un siglo de la vida no sólo francesa sino de todo el continente, no menor –y quizá mayor– que su contemporáneo Chateubriand.
Madame de Staël, cuyo padre organizó los Estados Generales en 1789 a llamamiento de Luis XV, calificó su propio salón como los “Estados Generales de la inteligencia europea”, señalan Yolanda Llubes y Mònica Miró en De la influència de les passions en la felicitat dels individus i de les nacions (Edicions l’Art de la Memòria). Allí se hablaba de la literatura, la libertad, la historia, la justicia,
la Ilustración, Europa… Fue asimismo autora de dos novelas –Delphine (1802) y
Corinne (1807)– que fueron grandes éxitos, devoradas por Pushkin, Goethe, Byron o Jefferson. De forma póstuma apareció publicada su obra Consideraciones sobre la Revolución Francesa.
Germaine de Staël conoció a Napoleón Bonaparte, que le impresionó, aunque el golpe de Estado del 18 Brumario le decepcionó y eso la abocó al destierro. Napoleón impuso el exilio a madame de Staël, receloso ante una mujer dedicada a la política que participaba en intrigas palaciegas, de modo que le instó a abandonar París. Se instaló en Coppet, en el cantón de Vaud, en Suiza, y empezó su libro Diez años
de destierro en 1811, memorias redactadas en periodos distintos. Napoleón confiscó los ejemplares de su libro, que se editó en Inglaterra. Mantuvo una intensa vida social en Viena, Moscú, San Petersburgo y Estocolmo. Y volvió a París en 1814 en loor de multitud.
De Staël fue siempre republicana moderada, discípula de la Ilustración, precursora Admiradora inicial de Bonaparte, la baronesa se convirtió después en opositora
del Romanticismo y adalid de una literatura universal, sostiene Xavier Roca-Ferrer en La Literatura y su relación con la sociedad. Fue “heredera de la misión a la que se había entregado su padre, de modo que se metió de un salto y para siempre en la vida política e intelectual de la época a través de su
salon (...) De Staël fue la Solzhenitsin de Napoleón y el bonapartismo”, a juicio de RocaFerrer. “Colocaba el sexo (o el género) al mismo nivel que otros aspectos de la cultura, en los que incluía la literatura, el arte y la política”, añade. Para De Staël, siguiendo a Giambattista Vico (1668-1744), el progreso funciona “en espiral” y dice RocaFerrer que es “una de las primeras mujeres que publican sus libros con su nombre y quiere demostrar que la emoción y la pasión no suponen obstáculo alguno al ejercicio del pensamiento”. Germaine de Staël pudo volver a “ser francesa” tras la anexión de Ginebra por las tropas de Napoleón a la república francesa. Gran paradoja que acabó con la derrota de Napoleón en 1814.
Hace 200
años, la intelectualidad europea se reunía alrededor de madame de Staël, republicana moderada que fue desterrada por Napoleón