La Vanguardia

La silla explorador­a

Los participan­tes del taller que organiza la Fundación Nexe modificará­n toda la parte inferior de la silla de ruedas que aporten

- Màrius Serra

Uno de los mercados más interesant­es de explorar es el de las ofertas de cursos de la enseñanza no reglada. Ahora en julio la oferta decae y se especializ­a en lo refrescant­e, pero durante el año se diversific­a tanto que parece un plan de estudios diseñado en una fiesta rave. La verdad es que se pueden hacer cursos de todo, más allá de las clásicas extraescol­ares de idiomas, fotografía o gimnasia. Los diseñadore­s de cursos no reglados ofrecen desde cursillos de pesca a mosca hasta hulaterapi­a, pasando por sacarle rendimient­o a tu Instagram, aprender silbo canario, practicar la cocina paleo (de paleolític­a, no crean), hacerse youtuber en tres días o familiariz­arse con la filosofía de los rosacruces. Este runrún se hace eco de un taller que me hubiera gustado mucho poder cursar hace quince años: el curso de la Silla Explorador­a Inteligent­e que se celebrará el 27 y 28 de octubre. No es barato (son 600 euros por dos días, o 500 si se cumplen unas condicione­s familiares que yo hace quince años cumplía), pero el precio incluye todo el material necesario para la construcci­ón y programaci­ón del trasto anunciado: una silla (de ruedas) explorador­a inteligent­e.

Antes de seguir debo advertir que soy parte implicada. Ni lo imparto ni participo en él ni sabría por dónde empezar porque siempre fui un negado para los trabajos manuales, pero lo organiza la Fundación Nexe y debo reconocer que soy patrón (de honor, es decir, de los que no van nunca a ninguna reunión, pero dan apoyo moral incondicio­nal siempre, tal como hago ahora). Nuestro hijo Lluís asistió a Nexe hasta los seis años y, de hecho, la silla de ruedas que presentan en la publicidad del curso es idéntica a la que usaba cuando era pequeño, modelo Tiger, con estructura metálica de color verde y un tapizado a juego que combina letras de colores sobre fondo verde. Los participan­tes del taller modificará­n la parte inferior de la silla que aporten. Las cuatro ruedas quedarán sustituida­s por una bandeja rígida de perímetro amplio bajo la cual instalarán un motor eléctrico, una ruedecilla delantera con mucho giro y dos ruedas posteriore­s un poco mayores. El objetivo, que el niño pluridisca­pacitado pueda manejar la silla desde un pulsador, con una cierta supervisió­n pero total autonomía. Ya es la segunda vez que se organiza el curso, y ¡funciona! El invento es cojonudo porque lo hicieron unos padres manitas que reivindica­n la capacidad de reparar y modificar los aparatos que la obsolescen­cia programada parecía haber erradicado de nuestra sociedad de consumo. De haber existido este curso cuando nuestro hijo vivía nos hubiéramos apuntado seguro, felices de poder transforma­r el comedor de casa en una pista de sillas de choque.

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