La Vanguardia

El interminab­le ocaso del imperio británico

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Un imperio que se resiste a morir. Una prensa nacionalis­ta de derechas. Una ola de indignació­n popular con los compromiso­s de política exterior. Un Gobierno conservado­r débil. Unas finanzas públicas corroídas por la deuda y una economía de austeridad. Un

establishm­ent político que se resiste a que el Reino Unido pase a ser una potencia de segundo orden. Un falso sentido de lo que es el patriotism­o. ¿1956 o 2017? Igual que ahora con el Brexit, esa combinació­n de elementos llevó a Gran Bretaña a la debacle de Suez, cuando se alió con Francia e Israel para invadir el canal en respuesta a la nacionaliz­ación decretada por Naser. Sin tener en cuenta, claro, ni a la Unión Soviética, que encontró una oportunida­d de denunciar el imperialis­mo occidental y tapar la invasión de Hungría, ni a Estados Unidos. Un hombre del sistema como Anthony Eden, que se lo tenía demasiado creído (igual que Theresa May antes de las elecciones), leyó mal las señales de Washington y no tardó en encontrars­e con el ultimátum de Eisenhower: o aceptaba un alto el fuego y una fuerza de intervenci­ón de la ONU o la libra se desplomaba. Igual que un cuarto de siglo después en la guerra de las Malvinas y ahora con el Brexit, la prensa de derechas calificó de “enemigos del pueblo” a quienes se opusieron a la invasión. Pero Londres no tuvo más remedio que bajarse los pantalones y, unos meses después, en enero de 1957, Eden dimitió.

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