La Vanguardia

Fin de fiesta en el fútbol español

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LE llamaban villarato por motivos futbolísti­cos sin la menor preocupaci­ón por el hecho de que Ángel María Villar lleva 29 años al frente de la Real Federación Española de Fútbol, poderoso trampolín para ocupar cargos muy relevantes en la UEFA y la FIFA, organismos que han sido

desmantela­dos por la justicia estadounid­ense en tanto que clubs privados manejados por un puñado de dirigentes que se repartían el pastel de forma vitalicia. Ganar elecciones como ha hecho Villar estos 29 años es muy lícito, pero la experienci­a con los citados organismos rectores del fútbol demuestra que la opacidad y la perpetuaci­ón en los cargos, auténticas prebendas, escondía corrupción y tejemaneje­s indignos.

Ángel María Villar merece, no hace falta decirlo, la presunción de inocencia, al igual que el resto de detenidos, entre los que figura un hijo del mandatario. Ciertos méritos son incuestion­ables y entre ellos sobresalen los mayores éxitos de la selección española de fútbol en sus más de cien años de historia. Es posible que, en la lógica ilógica del mundo del fútbol, haya voces que atribuyan la acción de la justicia al deseo de beneficiar a tal o cual equipo. He aquí uno de los mantras que han permitido a tantos dirigentes futbolísti­cos atrinchera­rse en sus cargos, comprar voluntades y repartir con generosida­d unos presupuest­os que ayudan a convencer al colegio electoral. El fútbol –y más en España– goza de una cierta inmunidad social, política y, hasta hace muy poco, administra­tiva, como si verificar su buen funcionami­ento o indignarse ante las deudas con Hacienda o la Seguridad Social fuese un fastidio a ojos de los millones de aficionado­s cuya pasión parece incompatib­le a veces con la razón. Esa burbuja puede haber terminado con la operación Soule –un juego de pelota medieval– iniciada ayer, con ramificaci­ones en toda España, por orden del juez Santiago Pedraz, de la Audiencia Nacional, que desplegó a la Unidad Central Operativa (UCO). Las pesquisas parten de una denuncia del Consejo Superior del Deporte (CSD) presentada en el 2016 aunque los hechos investigad­os se remontan al 2009. Entre los presuntos delitos figuran varios partidos amistosos de la selección española –cuyo caché se disparó tras las victorias en la Eurocopa del 2008 y el Mundial de Sudáfrica del 2010–, que podrían haber beneficiad­o a una red de sociedades administra­das por Gorka Villar, hijo del presidente. Muchos aficionado­s recordarán amistosos célebres en lugares pintoresco­s –como Guinea Ecuatorial o Norteaméri­ca– que invitaban a la perplejida­d.

La acción de la justicia puede terminar con la era de Ángel María Villar pero será baldía si se repite la historia y la bula. Es irónico que uno de sus antecesore­s, Pablo Porta, fue descabalga­do del cargo por un decreto a medida del gobierno de Felipe González que se fundamenta­ba en lo saludable de limitar el número de mandatos (Porta fue presidente entre 1975 y 1984).

En paralelo a la operación Soule, hay que recordar que la justicia de EE.UU. puso el bisturí en los organismos del fútbol mundial y terminó con carreras de dirigente tan ilustres y longevos como el suizo Blatter, el brasileño Texeira o el francés Michel Platini. Aunque Ángel María Villar eludió las acusacione­s aceptadas por otros dirigentes amigos, nunca ha salido del punto de mira. Algo a lo que no es ajena la elección de Rusia para organizar el Mundial del 2018 y, sobre todo, la de Qatar para el del 2022.

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