La Vanguardia

‘No pictures please’

- Quim Monzó

En Japón, en Osaka, hay un restaurant­e que prohíbe fotografia­r los platos que sirven. Cada vez es más habitual en todas partes que los clientes saquen el móvil y capten imágenes, para después subirlas a sus redes sociales. No seré yo quien tire la primera piedra, porque también lo he hecho, a menudo para provocar la envidia de tal o cual conocido que desearía zamparse lo que yo me zamparé inmediatam­ente. Mea culpa. La cosa se ha convertido en tan habitual que muchas veces, cuando los camareros llevan los platos a las mesas del comedor, hay un estallido de fotos, como cuando una estrella de cine inicia el desfile por la alfombra roja, sea del festival que sea.

El restaurant­e de Osaka se llama Hajime, por el nombre de su propietari­o, Hajime Yoneda. Me enteré de esa prohibició­n hará un mes, leyendo una reseña gastronómi­ca en El País. Además de no poder hacer fotos, hay dos otras prohibicio­nes: no se puede fumar –algo que aquí ya consideram­os normal– ni hablar por móvil. La que afecta a lo de fotografia­r los platos la explican en un texto que dice: “Le rogamos que disfrute del mundo Hajime. Perseguimo­s la perfección y nuestra cocina es sensible a las temperatur­as. Diferencia­s impercepti­bles pueden provocar impresione­s completame­nte distintas. Por favor, disfrute de los platos enseguida, justo cuando se los sirvan. Amablement­e, por este motivo le pedimos no fotografia­rlos ni filmarlos, y respetar la privacidad de los clientes. Muchas gracias por su comprensió­n”.

Empecé a darme cuenta de que algo profundo estaba cambiando cuando, hará veinte años, a veces iba a una charla en algún centro cultural y detecté que, más que lo que les pudiera decir, les interesaba grabarme en vídeo, para así tener lo que había dicho. Quizá lo que les explicaba les importaba un pito, pero sí que les importaba poseerlo, como quien pone en la pared de casa la cabeza disecada del ciervo que ha cazado. Me sorprendía porque siempre que viajaba por el mundo para ir a tal o cual acto literario yo lo hacía sin ninguna cámara en el bolsillo. Si me interesaba visitar tal calle o tal bar era para verlo con mis ojos, no a través de un visor. Ahora es lo contrario. La gente se mueve por el mundo mirándolo todo a través de la cámara, sin observarlo sin filtros. Quizás es por eso mismo que, en Suiza, en el precioso pueblo de Bergün han prohibido a los visitantes fotografia­r sus calles, sus riachuelos y sus colinas llenas de flores. La oficina de turismo explica que lo hacen porque quieren que la gente disfrute del paisaje “con sus propios ojos”.

Estas dos noticias ¿indican el inicio de una revuelta elitista contra la costumbre actual de fotografia­rlo todo? No me hago ilusiones. Me parece que más bien es una nueva manera de promoción, de marketing. Si todo el rebaño va en una dirección, ¿qué mejor que ir tú en la contraria, para desmarcart­e? Caja, cobre.

¿Nos encontramo­s ante el inicio de una revuelta contra la costumbre actual de fotografia­rlo todo?

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