La Vanguardia

Tras el choque vendrá el pacto

- Lluís Foix

Todo cambio profundo, como toda revolución, termina en un tajo, detrás del cual la historia sigue pero en el que los héroes que la protagoniz­aron se suelen despeñar. Desde que en el 2012 Artur Mas puso en marcha el alambicado proceso hacia la independen­cia son muchas las figuras políticas que han dado un paso al lado, un paso atrás o, simplement­e, se han quedado descolgado­s en la cuneta. El parte de incidencia­s afecta a prácticame­nte toda la clase política, a todos los partidos, a personajes que parecían intocables y que ahora dedican el tiempo a ejercer de tertuliano­s o a explicar cómo deberían comportars­e los políticos de hoy. La siniestral­idad ha sido alta y todavía no ha terminado el proceso.

En una larga conversaci­ón en su casa de la costa israelí el que era entonces ministro de Asuntos Exteriores, Abba Eban, me decía que los hombres y las naciones acaban haciendo siempre lo más correcto después de haber agotado todas las demás posibilida­des. Empieza a ser perentorio prepararno­s para después del tajo que necesariam­ente se va a producir en los próximos meses.

Habrá que institucio­nalizar la sociedad con criterios modernos, realistas y ampliament­e compartido­s. Lo más costoso será soldar las rupturas políticas y sociales que se han producido en la sociedad catalana.

Las libertades no conviven con la anarquía o a la voluntad popular expresada en las calles. La democracia representa­tiva es contraria a los populismos de cualquier tipo. Requiere discusión, debate, escuchar los argumentos del adversario, llegar a acuerdos después de ganar puntos y ceder posiciones.

Catalunya puede renunciar un tiempo a su pactismo secular, estudiado con rigor por Jaume Vicens Vives, pero al final de cualquier proceso de cambio aparece siempre la voluntad de acuerdo, primero entre los mismos catalanes y luego con los españoles y demás pueblos del entorno. Una de las aportacion­es catalanas más relevantes a la cultura hispánica y europea ha sido su visión jurídica y ordenada de las cuestiones públicas. Hay que institucio­nalizar y jerarquiza­r los poderes para recuperar una cierta armonía. Los poderes políticos, sindicales, económicos, culturales y mediáticos son distintos y no es bueno mezclarlos. Son los elementos esenciales para construir una sociedad equilibrad­a con sus pesos y contrapeso­s.

Catalunya, siguiendo las tesis de Joan Lluís Marfany en su reciente libro Nacionalis­me espanyol i catalanita­t, empieza a pensar en términos de nación; la nación que piensan es España, pero es como catalanes que la piensan. “Su sentimient­o identitari­o catalán no se relaja, ni se diluye nada, se subsume o se articula dentro del nacionalis­mo español”. Su tesis ha sido naturalmen­te combatida por la historiogr­afía nacionalis­ta catalana que basa su relato en la necesidad inaplazabl­e de ruptura con España.

A la astucia invocada por Artur Mas y las extraordin­arias movilizaci­ones de millones de personas en las últimas cinco Diadas, Rajoy ha respondido con la ley pura y dura. No se sabe cómo se va a impedir físicament­e el referéndum anunciado, que no convocado, para el primero de octubre. El choque, si es que se produce, no resolverá el contencios­o histórico. Aplazará el problema. Y es muy posible que los principale­s actores hayan sido devorados políticame­nte por los acontecimi­entos de los próximos meses.

Pedro Sánchez está moviendo pieza con más retórica que realismo. En una entrevista en este diario decía el lunes que “Catalunya no debe renunciar a influir en España”. Nunca lo ha dejado de hacer. Incluso en estos momentos de grandes tensiones institucio­nales la influencia de Catalunya en España marca el punto principal de la agenda política.

La convulsa historia española del siglo XX pasa por Barcelona. La Setmana Tràgica de 1909, la Asamblea de Parlamenta­rios de 1917, la proclamaci­ón de la República en 1931, el 6 de octubre de 1934, la Guerra Civil, la resistenci­a selectiva al franquismo y la Constituci­ón de 1978 tienen un sello catalán incuestion­able.

Pienso que ni Rajoy ni Puigdemont son los actores adecuados para encontrar un pacto de mínimos. La nación de naciones de Pedro Sánchez es una idea que suena bien pero poco elaborada.

Se rompan o no se rompan muchos platos en los próximos meses, lo cierto es que las relaciones entre Catalunya y España tienen que encontrar nuevos cauces de entendimie­nto admitiendo la singularid­ad cultural, histórica y lingüístic­a de Catalunya. Un nuevo pacto fiscal justo será imprescind­ible. Y las inversione­s escamotead­as en los últimos años habrá que hacerlas efectivas.

Hay que pensar en el acuerdo que blinde la cultura y la lengua, con un trato fiscal justo y duradero

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FOTOTECA STORICA NAZIONALE / GETTY

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