La Vanguardia

Posados de Estado

- Joana Bonet

Ahí estaban los cuatro, al pie del Air Force One, sabiéndose observados por el mundo entero, regocijado­s, agarrándos­e las dos manos para agitar el cariño, con besos y adioses igual que dos parejas que han pasado un intenso fin de semana juntas y se dicen que tienen que quedar pronto para volver a pasarlo en grande. Porque los Macron y los Trump dieron un recital de socializac­ión al caviar que nos dejó embobados. Con qué agallas se crecía el amo y señor de Francia al lado del presidente más despreciad­o de la historia de Estados Unidos. Y eso que tras un intenso apretón de manos de cerca de medio minuto pareció perder pie desequilib­rado por el rubicundo vigor norteameri­cano. Más tarde se permitiría restar solemnidad y lirismo a la ocasión y enchufarle a su homólogo un hortera Happy en versión castrense, coreografí­a incluida.

El pasado 14 de julio, dos países que siempre han hinchado el pecho de orgullo estamparon su rúbrica en una excelente campaña de imagen con una sintonía que resultaba sospechosa a causa de la distancia intelectua­l, ética y política que media entre ambos líderes. El suyo ha sido un ejercicio de diplomacia –también una demostraci­ón de poder– en el que las consortes han vestido la escena. Brigitte Trogneux, que ha firmado su estilo con futurismo retro y, sea capricho o superstici­ón, siempre lleva cremallera­s, fue la anfitriona de dos mujeres: Melania y su personaje. La geisha eslovena y la pobre y sufrida esposa que ha merecido la compasión de la audiencia. Por rechazar un día la mano de Trump y por pasear su porte igual que una esfinge que no siente ni padece, ha obtenido una corriente de simpatía y agrado. Sí, ella es la misma que declaró a Vanity Fair: “Hubo mucha química entre nosotros, pero su fama no me impresionó. Es posible que él lo notara”.

Melania Trump no ha salido de su zona de confort. A diferencia de sus antecesora­s que dejaron huella, como Michelle Obama, Eleanor Roosevelt, Betty Ford o Hillary Clinton, quienes recorriero­n el país de estado en estado dando conferenci­as y cultivando huertos, ella aterriza en la Casa Blanca con casi medio año de retraso. En cambio, como ha señalado la periodista Kate Andersen Brower, especialis­ta en primeras damas norteameri­canas, “vemos a la señora Trump mucho más cuando está en el extranjero, lo cual es realmente inusual”. Dos Melanias, una más bien pasiva y huidiza, florero, y otra queriendo emular a Jackie. Dentro y fuera. Puede que se trate de una estrategia de comunicaci­ón: también sufre a Trump, a pesar de la química, pero le encanta lucir a América lejos de sus fronteras. O tal vez se trate de un papel escrito por un audaz guionista de Hollywood: al menos, que ella caiga bien.

Los Macron y los Trump dieron un recital de socializac­ión al caviar que nos dejó embobados

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