Menos pactos y más tiempo
La Iniciativa per a la Reforma Horària echó a andar hace más de tres años como un proyecto de aires nuevos, dispuesto a ventilar y sacudir el viejo debate sobre la conciliación entre la vida personal y la laboral, tan lleno de buenas teorías como de difíciles prácticas. Un grupo transversal de profesionales catalanes (sociólogos, economistas, filósofos, profesores…) dejaban atrás los partidismos políticos para hablar del tiempo, del “problema” del tiempo debido a su asincronía entre la rígida estructura horaria que rige la sociedad y las necesidades vitales. Para ganar libertad.
Los cambios económicos y sociales de las últimas décadas habían hecho emerger el debate en torno a la organización del tiempo, especialmente en una sociedad cuya vida diaria está articulada en torno a una larga jornada
Pese al acuerdo de mínimos, el debate de la reforma horaria ha calado en una sociedad que pide tiempo propio
laboral. Desenredar el tiempo de estas casi 12 horas laborales fue (y es) el objetivo de los promotores de la plataforma ciudadana, liberar algo de tiempo para devolverlo a las personas. Pero más allá de filosofías, la principal novedad fue el ímpetu con el que este grupo se puso manos a la obra y su afán de concreción.
Empezaron a hablar con partidos políticos, el Govern, sindicatos, patronales, entidades, fueron bien recibidos, presentaron papeles, se empezó a trabajar una ley en el Parlament. Se dieron tres años para lograr una europeización de los horarios, entendida como la apuesta por recuperar dos horas de esta larga jornada laboral. Y como el tema prendía en la sociedad, Artur Mas les ofreció trabajar desde el Govern. ¿Buena decisión?
Pasados tres años, el lunes se firmaba en el Palau de la Generalitat el Pacto por la Reforma Horaria. Los aires nuevos quedan en los textos que han elaborado estos años los promotores de la plataforma, pero emergía el viejo lenguaje político. El objetivo se sitúa en un lejano 2025, se habla de “concretar un plan de transición”, “especificar la operatividad de los instrumentos necesarios”, “comisiones de seguimiento”, “estudios de impacto”. Palabras que apuntan que las cosas van a acabar aparcadas en las estanterías de los despachos.
¿Es un nuevo intento fallido de racionalizar los horarios, de ampliar los tiempos de uso personal? La inconcreción del pacto haría decir que sí, pero la realidad es que la fuerza de la Reforma Horaria ha logrado en estos tres años impregnar el debate social. Sus impulsores han pateado el territorio, han hechos procesos participativos, conferencias y pruebas. El tema ha calado porque quien más quien menos lidia con las estrecheces del tiempo, con estructuras laborales rígidas, conciliaciones imposibles. Y, por lo tanto, está vivo.
Del impulso de la iniciativa catalana algunas ideas saltaron a programas electorales y lo seguirán haciendo, han funcionado pruebas piloto en el territorio y hay empresas que se suman a título particular. El trabajo realizado no sólo ha servido para crear un pensamiento crítico con una organización horaria que empobrece la vida cotidiana, sino que también ha entrado en el detalle de cómo hacerlo.
Decía el sociólogo Salvador Cardús, impulsor de la iniciativa, este mes de julio que hablar de las dificultades para llevar a cabo la reforma es hablar del poder, o sea, de los que no quieren entregar el control del tiempo. Y esto es lo que ha pasado en estos últimos meses. Desde que se inició la negociación a fondo el pasado mes de octubre sector a sector para pasar a la acción, saltaron las reticencias de empresarios, sindicatos, sector del ocio, comercios. Todos se sumarían… pero si fuesen los otros los que primero diesen el paso. Nadie, obviamente, quiere arriesgar su capital. ¿Cerrará un comercio a las 19.30 si la gente acaba de salir de trabajar? El momento cero necesitaba de cocción, y no se cuece solo.
Fueron estas reticencias transmitidas al Govern las que hicieron que se paralizase la ley en el Parlament y se optase por ir hacia un pacto sin riesgos. Un “ya hablaremos” político cuyo problema no es que cuente con el rechazo de la oposición, sino que deje con poco margen de actuación a los impulsores de la Reforma Horaria. Pero si han logrado que su revolución horaria llegue a los debates familiares, al trabajo y a las puertas de los colegios, a buen seguro tendrán la fuerza y la imaginación para seguir empujando antes de que se haga tarde.