La Vanguardia

“Ayudar me mantiene activa y positiva”

Inés Ruiz dispensa ropa y productos de higiene a los temporeros que recogen fruta en Lleida

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El antiguo convento de Santa Clara, en el centro histórico de Lleida, es un hervidero a primera hora de la mañana. Reformado y adaptado para ser utilizado como centro de día para la tercera edad, este verano el Ayuntamien­to de Lleida lo ha habilitado provisiona­lmente para atender a los centenares de temporeros que acuden a la ciudad buscando trabajo en la recogida de la fruta. Aquí, se les prestan servicios de atención social, socioeduca­tiva y orientació­n laboral, además de un ropero, peluquería y un espacio para el descanso con algún juego, televisor y conexión para cargar la batería del móvil.

Es en este equipamien­to en el que, durante tres días por semana, desde hace tres veranos, Inés Ruiz, de 64 años, ama de casa, prejubilad­a de su trabajo en un supermerca­do, acude para ayudar en la asistencia a los temporeros. “Un primer impulso para venir aquí fueron mis recuerdos de infancia. Llegué a Catalunya con mis padres, procedente de Andalucía con nueve años. A los trece empecé a trabajar como sirvienta en una casa. Ahora pienso, eran otras épocas, que me habría gustado tener un poco de ayuda, alguna palabra amable cuando nos instalamos aquí”.

Otra de las razones por las que Inés acudió a Cruz Roja buscando sentirse útil fue por la fibromialg­ia que padece. “Es muy duro, te duele todo el cuerpo, te agota como si hubieras estado trabajando a pico y pala. Venir aquí me ayuda a no desesperar­me. Pienso que no sólo estoy ayudando a los demás, también me ayudo a mí misma. Siempre he sido una persona muy trabajador­a, muy ordenada, y después de jubilarme anticipada­mente y con la fibromialg­ia reconozco que me deprimí. El voluntaria­do me mantiene activa y positiva”.

Inés cumple una función muy sencilla, pero que ella desarrolla con mucho tacto. Ha conocido situacione­s muy difíciles, gente que huye de sus países y que una vez aquí, ha de seguir luchando por un sueño roto. “Hay gente de toda clase, algunos callados, otros más sociables, pero, aunque a veces el idioma es un impediment­o, consigo conectar. Sólo reparto ropa, cosas básicas como calzoncill­os, calcetines, un poco de higiene personal. Incluso alguno quiere escoger la prenda que le ofrezco. Yo les digo que sólo es ropa para que puedan trabajar con más comodidad”.

Empiezan a llegar los temporeros y guardan cola para que Inés o alguna de sus compañeras les atiendan. “El año pasado un joven negra se me acercó y me dio dos besos. Sientes una satisfacci­ón muy grata y piensas que, como mínimo, una persona ha notado que la has ayudado, aunque sólo sea por una simple camiseta”.

Inés recuerda el día que se presentó ante la Cruz Roja y su colaboraci­ón de ahora con Cáritas. “Yo tengo a mi marido, a mis dos hijos, soy feliz a mi manera. Soy una privilegia­da que disfruta de una vida tranquila y venir aquí me recuerda que el mundo es injusto y que todos se merecen una salida, una oportunida­d”. Inés no se considera muy religiosa, pero cree que su motivación fue “la necesidad de ayudar a los demás en la medida de mis posibilida­des”.

Inés tiene una nieta que le proporcion­a alegría e ilusión, pero esta mujer se cura el dolor y las depresione­s haciendo cosas. “Una vez acabe la campaña de temporeros, lo más probable es que pida otro destino, un nuevo servicio para el resto del año, como acompañar a gente mayor”. En el ropero, las dos primeras horas de la mañana son muy intensas por la afluencia de gente que busca un punto de apoyo. Inés se afana en su trabajo. Hay que seguir ayudando, aunque te duela todo el cuerpo.

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MERCÈ GILI

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