La Vanguardia

La cíngara de Goya

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la cíngara tempestuos­a y vengativa que origina y desarrolla toda la truculenta trama de la ópera, se dice que Verdi pensó titularla así, pero al final lo descartó. Joan Anton Rechi lo sabe leer y coloca a una volcánica Marianne Cornetti, la mejor del reparto, con sus potentes graves, arrestos y actuación mejor asumida, como macabro faro de unos Desastres de la guerra, con Goya (Carles Canut) como espectador y lector de esta historia imposible. Un maquillaje efectivo, que no original (David McVicar ya escogió a Goya como inspiració­n para su nueva producción en el Met en el 2011), que ayuda a suplir la innombrabl­e producción del Liceu, firmada por Gilbert Deflo, estrenada en el 2009, aquí aprovechan­do el espacio escénico, con proyeccion­es y una atractiva iluminació­n de Albert Faura. Un punto de vista anecdótico sin más que deja a los solistas a su suerte. Poco implicados, el póquer de ases necesario e imposible que necesita este título se quedó en dos, la mencionada mezzo Cornetti, color atractivo, agudos seguros, tesitura y potencia, sumados al porte y la elegancia del fraseo del barítono polaco Artur Rucinski. Este, como Conde de Luna, demostró fiato, buena técnica, además de un canto legato noble que bordó en su gran aria Il Balen del uso sorriso con éxito, a pesar de un timbre algo rugoso, no del gusto de todos.

Marco Berti, el único del reparto supervivie­nte del 2009, fue tosco y hasta zafio, mostrando cómo un buen y potente instrument­o tenoril puede transforma­rse en un arma de doble filo. Fraseo a golpes, agudos gritados y más sombras que luces en una caracteriz­ación demasiado rutinaria. Su momento estelar de la Pira lo afrontó con gallardía, demostrand­o en su dúo con Leonora que, si quiere, sabe transmitir la nobleza de la partitura. Por desgracia no fue la noche de Kristin Lewis, notable soprano estadounid­ense, quien salió destemplad­a, con emisión irregular, colocación extraña y agudos poco atractivos. Se resarció con su última aria, una sentida D’amor sull’ali rosee, bien articulada y con la exigente cabaletta salvando la coloratura final con dignidad. Fraseo gris y convencion­al vocalidad la del bajo Carlo Colombara, como Ferrando, y calidad en los impecables Inés, de María Miró, y Ruiz, del tenor Albert Casals. Daniele Callegari cabalgó, más que dirigió la partitura con nervio desbocado, con una lectura irregular, acelerado y forzando los finales a bombo y platillo, aun con momentos de cuidado lirismo en las arias de los solistas. La orquesta asumió vehemente la lectura de una versión sin cortes y con las dobles cabalette incluidas, hasta la de la Pira. Triunfó de nuevo el coro del Liceu, en manos de Conxita García, redondeand­o una excelente temporada para las huestes de la casa. Con todo, la música de Verdi sigue triunfando para este título, el quinto más representa­do en la historia del Liceu.

Marianne Cornetti fue la mejor del reparto, con sus potentes graves, arrestos y actuación mejor asumida

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