Calígula, lucidez sanguinaria
Mario Gas lleva el clásico de Albert Camus sobre el emperador romano al Teatre Grec
Acaban de estrenar la obra con éxito en el teatro romano del Festival de Mérida y desde mañana y hasta el domingo la presentan en el Teatre Grec de Barcelona. Una obra dura, lúcida y radical: el Calígula de Albert Camus, el particular retrato que del cruel emperador romano realizó el autor de La peste. Un personaje con el que, como explicó ayer el director del espectáculo, Mario Gas, “se corre el peligro de transformarlo en un histrión loquito, lo cual le da una gran brillantez en escena pero enmascara su peligrosidad absoluta como representación de una manera de entender el mundo, la existencia y el poder”. Para Gas, no es que el Calígula de Camus no tenga una actitud destructiva, pero no nace de una locura patológica, sino de un dolor interno e intenso existencial, debido a la muerte de su amante y hermana Drusila, “que le lleva a malinterpretar ciertas cosas y destruir todo un orden, un orden corrupto pero que destruye de manera arbitraria”.
Calígula, subraya, “es una obra poética, existencial y comprometida”. “Camus sigue siendo turbador. Y es una obra compleja que requiere de una compañía muy sólida en la que primero has de tener, como en Hamlet, al protagonista. O no la haces”. Y el protagonista es Pablo Derqui, al que acompañan en escena Mónica López, Bernat Quintana, Pep Molina o Borja Espinosa. En total nueve actores, dice Gas, “aplicando la fórmula de menos es más y buscando la esencia para que el texto viaje con nitidez, porque es un teatro de confrontación dialéctica, de ideas, donde como dice Camus nadie es inocente y todo el mundo es culpable, los buenos no son buenos y los malos no son tan malos, y todos están atacados de torcedura”.
Para Derqui, dar vida a Calígula es un reto importante: “Es un papel muy grande que pocas veces encuentras, una oportunidad de transitar un personaje mágico. El Calígula al uso históricamente fue muy sanguinario y despiadado, pero Camus no quiere hacer una obra historicista: coge al personaje para hablar del absurdo de la existencia, de la contingencia, del paso del tiempo, de los límites del poder, de la libertad de una persona hacia otra y el colectivo. En las representaciones históricamente se acentúa el punto excéntrico, pero la cuestión es que es muy lúcido, y una extrema lucidez puede ser terrible, pesada, grave. Acostumbramos a tamizar la existencia con pequeñas mentiras vitales y asumimos ciertos prejuicios morales que nos convienen, que nos hacen vivir tranquilamente con la gente y las cosas. Si tomamos conciencia real de las cosas, es duro. Y Calígula es muy lúcido”.
Derqui recuerda una escena: Calígula lleva unos días huido, “le buscan y reaparece, desorientado, ha perdido a su amante y hermana y su muerte le genera una rotura interior y el desengaño frente a la vida. Le dicen que tiene que volver a ocuparse de la hacienda pública, que es lo más importante. Él decide matar a todo el mundo y que testen a favor del Estado para sanear las arcas públicas. Si lo más importante es la hacienda pública, la vida no tiene importancia. Una lógica implacable que no es absurda, sino un rechazo a la mercantilización de la vida, al vivir basado en prejuicios morales”.
“Los hombres mueren y no son felices, dice –concluye Gas–, y a partir de ahí pone en marcha la destrucción del orden establecido, es el monstruo que todos hemos creado y nos hará pagar todo lo que hemos hecho mal a la sociedad corrupta donde gobernar es robar. Podría ser un estudio del fascismo, pero hay mucho más dolor, contradicción y toma de conciencia de un mundo injusto. Si la Hacienda Pública es lo más importante, la vida humana no vale nada. Es el acta fundacional del teatro del absurdo, que no es donde uno dice hola y el otro rojo, sino que comporta una profunda incomprensión existencial del mundo que nos rodea”.
Pablo Derqui da vida a un emperador al que no muestran como un loco, sino poseído por una lógica radical