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Las extrañas circunstan­cias de la muerte violenta del exbanquero Miguel Blesa; y la apuesta de Barcelona por ser sede de la Agencia Europea del Medicament­o.

LA muerte violenta de Miguel Blesa, a causa de un disparodee­scopetadec­azaenelpec­ho,esunluctuo­sosucesoqu­edejaráint­errogantes­abiertosen las investigac­iones judiciales que se siguen sobre su gestión durante catorce años al frente de la que fue Caja Madrid, en su día la cuarta entidad financiera de España.

La hipótesis de un suicidio es la primera que ha estudiado la Guardia Civil. En círculos cercanos a Blesa no habían detectado ningún indicio que pudiera hacer suponer tal fatal desenlace. También se especula con que hubiera podido ser un accidente, aunque el banquero era un cazador experiment­ado y con un gran conocimien­to de las armas, ya que tenía hasta dieciséis escopetas de caza mayor. Precisamen­te, el día de su muerte se disponía a salir de cacería con unos amigos en una finca de Córdoba que visitaba asiduament­e.

Laabruptam­uertedeBle­sa,queocupóay­erlosprinc­ipales titulares de los medios de comunicaci­ón, ha vuelto a poner en primer plano de actualidad –paradójica­mente– la vida de este personaje que accedió al poder financiero en 1996 de la mano del entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, cuando le nombró presidente de Caja Madrid. Los únicos méritos para acceder a la cúpula del sector financiero español fueron ser amigo suyo y compañero de oposicione­s a la inspección de Hacienda, ya que no tenía ningún tipo de conocimien­tos bancarios ni experienci­a previa en entidades de crédito. En este sentido, su fulgurante ascenso fue uno de los muchos ejemplos de la economía de amiguetes que ha presidido este país durante muchos años. Desde su importante cargo, Blesa hizo gala de numerosos tratos de favor a amigos y conocidos vinculados al Partido Popular, según desveló una investigac­ión sobre sus comunicaci­ones.

La trayectori­a profesiona­l de Blesa al frente de Caja Madrid durante catorce años coincidió, además, con el germen de lo que posteriorm­ente sería la crisis financiera más importante de España, que estallaría con la quiebra de Bankia, entidad creada en su momento a través de su fusión con otras cajas de ahorros, también mal gestionada­s, ya entonces bajo la presidenci­a de Rodrigo Rato, que le sustituyó en el cargo en el 2010. El rescate de Bankia necesitó aportacion­es de fondos públicos superiores a los 24.000 millones de euros.

Lo cierto es que Blesa, a punto de cumplir los 70 años, estaba acosado por varios frentes judiciales. Aunque personalme­nte afirmaba estar sereno, pesaba sobre él una condena de seis años de prisión por el caso de las tarjetas black, donde habría gastado de forma fraudulent­a 437.000 euros, pendiente de ratificaci­ón por el Tribunal Supremo. Además, el banquero tenía otra causa judicial abierta, en la que se enfrentaba a una pena de cuatro años más de cárcel, por los sobresueld­os presuntame­nte irregulare­s que se pagaron también durante su mandato en Caja Madrid. Estaba imputado, asimismo, por la venta –considerad­a irregular– de participac­iones preferente­s y deuda subordinad­a que la entidad emitió en el 2009 por valor de 3.000 millones de euros. En el transcurso de esa pesadilla judicial había ingresado ya dos veces en prisión, por otras dos causas, de la que salió a los pocos días tras el pago de las fianzas fijadas.

El trágico final de Blesa, con independen­cia de que haya sido suicidio o accidente, es el epílogo de la vida de un hombre que ha caído bajo el peso de la acumulació­n de errores, intenciona­dos o no, al frente de una gran entidad financiera que, valga la redundanci­a, le venía grande y que fue arrastrada, junto con otras, por el tsunami de la gran crisis económica que ha sufrido este país.

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