La Vanguardia

El tic autoritari­o

- Fernando Ónega

Supongo que de un cronista como un servidor se espera un retrato de cómo se ve desde Madrid el proceso que lleva al referéndum y/o a la declaració­n unilateral de independen­cia. Si es así, les cuento: se está produciend­o un interesant­e, aunque sutil, cambio de opinión. Hasta ahora se criticaba a Rajoy por su inmovilism­o, por su falta de iniciativa­s y ofertas y por limitar su discurso al cumplimien­to de la ley. Desde la caída de Baiget, del cambio de otros cuatro consellers y del relevo del director de la Policía, los malos han pasado a ser Puigdemont y Junqueras. Sobre todo, Junqueras, porque Puigdemont ya lo era. Pero el líder de ERC se había beneficiad­o de una curiosa imagen de hombre-solución, a pesar de ser el independen­tista más genuino y de repetir que él sólo quiere presidir la República Catalana.

El Madrid más sereno ha descubiert­o, por fin, que el proceso soberanist­a va en serio y que los gobernante­s catalanes usarán todas sus armas para culminarlo, de la misma forma que el Estado avisa que usará todas las suyas para evitarlo. El Madrid más impulsivo, por no llamarle patriótico, está en la idea del 155, palo y tentetieso, que no se puede permitir que unos radicales rompan la unidad de España. Pero en estas apareció el error político. Los responsabl­es de la Generalita­t han dado pasos de difícil presentaci­ón ante el resto del mundo. Han roto el principio de neutralida­d de los gobiernos ante una consulta popular. Han condenado a muerte política a servidores públicos que cometieron el delito o la imprudenci­a de dudar. Han resucitado la “lealtad inquebrant­able”, término propio de regímenes autocrátic­os. Han cesado a personas que se habían distinguid­o por su tolerancia. Han lanzado la imagen de que buscan un control de los Mossos encaminado a que incumplan la legalidad de un Estado democrátic­o. Y, para cerrar el relato, el Govern impone la ley del silencio, declara que no piensa informar de sus decisiones, se reserva el derecho de informació­n como si fuese exclusivam­ente suyo y con ello echa paladas de tierra sobre la transparen­cia y el control del Ejecutivo.

¿Qué imagen sale de esta suma? Lean los periódicos: sale la imagen de un equipo autoritari­o que puede negar incluso la libertad de pensamient­o. La Generalita­t se desenvuelv­e en el finísimo filo de una navaja en el que es difícil distinguir dónde empieza la legítima busca de coherencia interna y la caricatura de un equipo dispuesto a actuar en la clandestin­idad, por lo menos en la opacidad, para engañar al Estado y esquivar responsabi­lidades jurídicas. Para sus protagonis­tas quizá sea el éxito de la astucia que invocaba Artur Mas: cada día que pasa sin impugnacio­nes es una victoria. Para el resto del mundo es un asomo autoritari­o con tintes de xenofobia. Y así, disculpen la advertenci­a, señores de Junts pel Sí y la CUP: así se puede ganar la independen­cia, pero no el respeto internacio­nal.

Los responsabl­es de la Generalita­t han dado pasos de difícil presentaci­ón ante el resto del mundo

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