“Lo peor que puedes hacer es derrumbarte”
Valeri Belbel dedica un mes de verano a tratar de animar a los niños ingresados en Sant Joan de Déu
Valeri Belbel ha pasado el último curso estudiando para la selectividad y ha obtenido una nota fantástica para entrar en Comunicación Audiovisual en la UPF. Ahora ha llegado el verano, y el tiempo que no gasta en el estudio lo dedica a la música –lleva doce años tocando el piano– y a sus amigos del Eixample, donde sale por las tardes como cualquier otro chico de su edad.
Por las mañanas, sin embargo, madura a marchas forzadas: es voluntario en Sant Joan de Déu, donde trata de que los niños que están enfermos pasen un mejor rato en el hospital. “Es como la vida, más natural de lo que te esperas”, explica Valeri.
Su trabajo aquí, como el de los 500 voluntarios que acuden al centro durante todo el año, cambia cada día. A primera hora de la mañana y al mediodía sube a las habitaciones para acompañar en el desayuno o la comida a los niños ingresados. Así da un respiro a los padres, que aprovechan este tiempo para airearse, aunque sea media hora en la cafetería.
“Estoy muy agradecida. Nos ayudan muchísimo, sobre todo a las madres que estamos solas”, asegura Eva. A su hija, Azahara, de cinco años, le diagnosticaron el año pasado el síndrome de Rett, una enfermedad congénita que afecta a una de cada 10.000 niñas. Además es autista, y será dependiente toda su vida. “Nació y a los 20 días ya tenía cuadros epilépticos. Ahora hace poco la operaron del intestino... es una luchadora”, cuenta la madre, muy orgullosa de su hija, que lleva más de una semana sin salir del hospital tras la intervención.
Valeri entra en la habitación de Azahara –la del submarí Serafí, según la nomenclatura infantil del hospital– y rápidamente sabe lo que tiene que hacer. Se pone unos guantes reglamentarios para no contagiarla de agentes ex- ternos y le hace compañía mientras su madre y su hermana se marchan a comer tranquilas. Si ocurre algo (que un niño necesite ir al baño, que algo vaya mal...) Valeri debe llamar inmediatamente al personal médico y pedirles consejo.
Cuando no están en las habitaciones, los voluntarios pasan el tiempo en las diferentes salas de espera con las que cuenta el hospital. Aquí la misión es muy entretenida: “Hemos de conseguir que no se aburran, que el tiempo pase más deprisa”, asegura Valeri. Y para eso es necesario un máster sobre las últimas tendencias en los colegios, que no salen en la selectividad.
–¿Qué prefieres, un dibujo de Peppa Pig, Vaiana, Ironman o la Patrulla Canina? – ¡Ironman! Pol es el decidido interlocutor, un niño de tres años que rellena folios a golpes de trazos irregulares en consultas externas. También hay puzles, juguetes... Ha ido al oftalmólogo porque con un año ya pasó por quirófano por un problema de la vista. “El trabajo de los voluntarios es brutal, cuando viene a Sant Joan de Déu es como si viniera a jugar”, cuentan Susana y José, sus padres, mientras Valeri y Pol dibujan.
Es el segundo año que este voluntario pasa aquí un mes de su verano, quince días en junio, y quince en julio. Luego, en agosto, se marchará a Irlanda con sus amigos, y tal vez a Mallorca. “Lo que más he aprendido es a distanciarme de lo que les pasa a los pacientes. Cuando llego a casa es cuando pienso, porque lo peor que puedes hacer es derrumbarte delante de un niño”, dice con un aplomo sorprendente.
Aunque no cobra, se lo toma con la seriedad de un trabajo. Sabe que cuentan con él cada día de 9 a 14 horas, que no puede salir de fiesta, que tiene que obedecer lo que le dicen las enfermeras y los médicos como si fueran sus jefes... “Me ha hecho madurar mucho”. Tanto que el año que viene quizás se anime a cooperar un poco más lejos: en África.