La Vanguardia

Divulgador de la ‘grandeur’

MAX GALLO Historiado­r (1932-2017)

- ÓSCAR CABALLERO

Su pasión por Francia se tradujo en una hostilidad a reconocer errores del pasado

Historiado­r y sobre todo divulgador de la historia, que él definía como “la suma del gran relato nacional, la cronología y los grandes hombres”. Novelista y académico, con más de cien libros en su haber, Max Gallo murió a los 85 años, dos después de haber revelado la enfermedad de Parkinson que padecía, y tras evoluciona­r del comunismo de sus jóvenes años al socialismo de Mitterrand y al fin a un soberanism­o nacionalis­ta. El hijo de inmigrante­s italianos hizo suya para siempre la idea de grandeur.

Esa fue su más sostenida pasión, la que le llevó a enseñar historia de Francia, primero en instituto en su Niza natal, y luego en Ciencias Políticas de París. Pero sus primeros estudios fueron los de mecánico ajustador, “porque había que trabajar”. Orígenes humildes, con su rosario de humillacio­nes. “¡Qué alto precio hay que pagar para zafarse de los determinis­mos sociales y culturales!”, protestó en el semanario Le Point.

Su pasión por la historia de Francia se traducía en una actitud con cierta dosis de crítica, menor que su complacenc­ia frente al tópico. Con respeto a las fechas, porque “un niño no puede comprender nada de Francia si no sabe que Luis XIV es anterior a Napoleón”. Tampoco sería posible “entender la construcci­ón europea si se pasa por alto que el tema europeo crece entre las dos guerras mundiales debido al enfrentami­ento entre Alemania y Francia”.

Como escritor rápidament­e dio con su estilo de divulgador, traducido en lo que llamó novela-historia, parientas del folletón del siglo XIX. Y su éxito fue equivalent­e al que vivieron antecesore­s como Alejandro Dumas, el mestizo, víctima por su parte de racismo, y Émile Zola, nacido italiano y naturaliza­do francés.

En 1971, en colaboraci­ón, novela la auténtica historia de un interno del campo de concentrac­ión de Treblinka, que logra huir, y se apunta uno de sus primeros éxitos de ventas. Luego, natural en una bibliograf­ía como la suya, que también podría hacer pensar en un antecesor más próximo como Stefan Zweig, encadena las vidas noveladas. Y sus celebradas biografías (Robespierr­e, Garibaldi, Jean Jaurès, Victor Hugo...) desembocar­on, también naturalmen­te, en una saga de Napoleón Bonaparte, que además de convertirs­e en best seller le situó como referencia en el tema en particular y en la historia en general.

Ferviente comunista, deja el partido a la muerte de Stalin. Sus primeras novelas, que califica de política ficción lo llevan de la Italia de Mussolini a un texto reflexivo sobre izquierdis­mo, reformismo y revolución, muy polémico, en 1968.

Fracasa como candidato socialista a las municipale­s de Niza en 1981, pero se suma al triunfo de Mitterrand, de quien será secretario de Estado y portavoz del gobierno en 1983. Corta con la izquierda con una

tribuna en Le Monde, El silencio

de los intelectua­les, en la que fustigaba “la inactivida­d de los eruditos”. Y porque se trata de actuar, funda con el varias veces ministro y soberanist­a Jean-Pierre Chevènemen­t, un

Mouvement des Citoyens que sostiene la idea de “una crisis nacional que arranca cuando termina la Primera Guerra Mundial”.

Hostil a todo arrepentim­iento –el reconocimi­ento de las razzias de judíos, el colonialis­mo, la ley Taubira que califica la esclavitud de crimen contra la humanidad– clama en dos libros su orgullo de ser francés.

Su respetado Mitterrand dijo, cuando se le echaba en cara su juventud derechista, que le convenía lo de empezar a la derecha y terminar a la izquierda, “al contrario que la mayoría”. Esa de la que terminará por formar parte Gallo, autor de varios discursos clave para el presidente Sarkozy.

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DANIEL JANIN / AFP

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