La amenaza de Rigoberto Urán

Antes de arrancar la etapa de ayer había las mismas preguntas en la línea de meta. Llegará una escapada decían algunos. Otros menos expertos, sin ningún Tour en sus piernas, apuntaban al viento como factor determinante en el resultado final.

Las etapas de montaña, cuando incluyen monstruos como el Galibier, no entienden de vientos por muy reciente que esté el mistral del día anterior. Así, la altitud, los duros porcentajes, interminables últimos kilómetros y peligrosos descensos se pusieron finalmente en escena.

Cuando se le preguntó a Chris Froome sobre cuál es el mejor ritmo para subir el Izoard, este respondió sobre el control a sus rivales. Está tan concentrado el inglés en su día a día que resulta muy difícil sacarle de ahí, mucho más pretender que dé consejos.

A tan sólo tres días de llegar a París y con una ventaja tan escasa no hay tiempo para despistes. El inglés ha demostrado en sus años de reinado en el Tour la importancia de la determinación y concentración durante tres semanas. El ejemplo más claro lo vimos el año pasado durante la etapa del Mont Ventoux, donde acabó corriendo a pie hasta que pudo recibir asistencia tras una avería. Este año actuó de manera similar el día de Chambery en la ascensión al Mont du Chat y en el sinuoso final de Rodez volviéndose a vestir de amarillo.

De la misma manera se comporta en la zona mixta, pasa el trámite de manera automatizada y con las mismas respuestas a los periodistas.

En las entrevistas de ayer desprendió la tranquilidad habitual previa a afrontar el Izoard. Tras el primer test de los Alpes, Froome mira aún más fijamente al entrevistador mientras va asintiendo con la cabeza a medida que termina su respuesta. El inglés es todo convencimiento. Su equipo, el Sky, controla perfectamente en la montaña a sus rivales por muy cercanos que estén en la general. Pero el hecho de tener a un corredor como Urán en forma y buen especialista contra el reloj es quizá la única esperanza de ver mucho más allá del control del Sky.