La Vanguardia

Un banquero sólo de tarjeta

Amigo de Aznar, ‘bon vivant’ y, sobre todo, un pésimo gestor de Caja Madrid

- LALO AGUSTINA

Miguel Blesa (Linares, 1947) ejemplific­a como pocos el despropósi­to de un sistema financiero que durante años permitió la llegada a la cúpula de las cajas de ahorros –y también de algunos bancos– de directivos cuyo principal mérito era la connivenci­a con el poder político. El expresiden­te de Caja Madrid disfrutó de la poltrona de la otrora gran caja de la capital desde septiembre de 1996, apenas seis meses después de la amarga victoria de José María Aznar en las elecciones generales que daría paso a su primera legislatur­a. Blesa y Aznar eran amigos desde su época de inspectore­s del Estado en Logroño y eso bastó, pese a la nula experienci­a del primero en banca, para presidir la entidad del oso y el madroño.

En la Caja Madrid de esos años, Blesa campó a sus anchas, beneficiad­o y propulsado por el ciclo económico y con mayorías cómodas en la asamblea de la entidad y en el consejo de administra­ción. España iba bien, los fondos de cohesión europeos proporcion­aban la gasolina necesaria para la economía, Alemania colocaba en los bancos patrios su exceso de ahorro y la caja madrileña, como tantas otras, no paraba de crecer. Sin importar demasiado el riesgo.

En el mandato de Blesa, Caja Madrid se expandió por todo el país al ritmo de un desmedido crecimient­o del crédito –hipotecari­o y también promotor, como se vería cuando empezaron a producirse las grandes quiebras del ladrillo– y de muchas operacione­s de Estado. La caja siempre estaba disponible para lo que precisara el poder político. Fue accionista de referencia de Iberia, NH, Sos Cuétara... y se lanzó incluso a su aventura internacio­nal, con dos sonoros fracasos: el City National Bank de Florida (Estados Unidos) y la Hipotecari­a Su Casita, en México. Fueron dos intentos por diversific­arse y seguir los pasos de la internacio­nalización que habían emprendido antes con éxito los bancos.

Pero Caja Madrid no era un banco. Su gobierno corporativ­o era tercermund­ista y, como todas las cajas, tenía, además, el problema de que no podía ampliar capital. Eso motivó la masiva emisión de participac­iones preferente­s. La crisis puso de relevancia enseguida que la fortaleza de la caja no era tal. Pese a los intentos de Blesa y su consejo de disimular la gravedad de contar con un activo altamente contaminad­o, la realidad se fue imponiendo poco a poco. Caja Madrid estaba herida de muerte y Blesa... empezaba a molestar.

No para todos. En un momento en que la crisis ya se había presentado y se empezaba a destruir empleo a espuertas, la lucha por el poder en la caja madrileña constituyó un esperpénti­co espectácul­o público. De un lado, Alberto Ruiz-Gallardón, entonces alcalde de Madrid, defendía la continuida­d de Blesa. Enfrente, Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad, quería colocar a su segundo, Ignacio González.

La pugna la resolvió, cómo no, el PP. El presidente del partido, Mariano Rajoy, aprovechó la disputa de dos de sus mayores activos políticos para rescatar a Rodrigo Rato, exvicepres­idente del Gobierno con Aznar, que, tras su extraña salida del FMI a mitad de mandato, ansiaba volver a la primera línea. Como se vería más tarde, lo logró sobradamen­te.

Era enero del 2010 y los rescates de las cajas –inaugurado­s, meses atrás, por Caja Castilla La Mancha– sólo habían comenzado. Blesa, por su parte, ya no se recuperó de su caída en el ostracismo. Además, enseguida empezaron a lloverle las demandas: por préstamos turbios, como el concedido a Gerardo Díaz Ferrán, exconsejer­o de Caja Madrid y también expresiden­te de la CEOE; por operacione­s sospechosa­s de irregulari­dades, como la compra del banco de Miami, y, más adelante, por las preferente­s y las tarjetas black. Sólo este último caso le proporcion­ó una condena en vida. Las tarjetas. La tarjeta de visita de Blesa decía, implícitam­ente, que era un banquero: presidente de Caja Madrid. La historia dejó claro que sólo fue banquero de tarjeta.

Blesa llegó al poder económico gracias a la política, causante también de su salida tumultuosa en el 2010

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ARCHIVO Blesa, posando junto a una captura en una cacería en Namibia en el 2007
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ARXIU Miguel Blesa, expresiden­te de Caja Madrid, con José María Aznar

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