Un trastorno aún poco conocido
Los celiacos todavía tienen problemas de diagnóstico mientras crece la moda de comer ‘sin’
Medianamente conocida o al menos intuida desde los primeros siglos de la era cristiana, la celiaquía y su enemigo el gluten no se convirtieron en conocidos a ras de calle hasta hace poco más de una década. Incluso para muchos médicos: el Ministerio de Sanidad español estableció un protocolo de diagnóstico precoz en el 2008. Pero los datos y en parte el conocimiento evolucionan a toda velocidad. Ahora las autoridades sanitarias advierten frente a la moda sin gluten y sus consecuencias.
En Catalunya se calcula que es celiaco uno de cada 204 ciudadanos. En las cifras mundiales las estimaciones varían entre el 1% y el 2% de la población. Pero en todas partes la gran mayoría de los afectados no están diagnosticados y siguen de consulta en consulta por un problema de piel, una alteración digestiva, un intenso cansancio...
Hay diversas formas de ser celiaco, pero todas comparten una reacción inmunitaria al comer alimentos con gluten. Esa reacción causa daños en las paredes intestinales, en las vellosidades, las responsables de absorber
Toda clase de sanadores recetan su exclusión como si el trigo fuera el origen de cada dolor
gran parte de los nutrientes. Esa reacción del sistema inmunitario, que ha fabricado anticuerpos específicos, impide a las vellosidades captar el hierro, las vitaminas y otros nutrientes de modo suficiente. Ahí empiezan los síntomas, digestivos o no.
Los celiacos, con esa respuesta exagerada a la que están predispuestos genéticamente, no se curan. Pero tampoco enferman si no comen gluten. Es su única medicina. Por eso en los últimos años, con un mejor y afinado diagnóstico, con un mayor conocimiento clínico y mucho empuje por parte de los familiares y afectados, el libre de gluten se ha abierto paso a codazos en la sociedad. Empezaron por denunciar el precio del pan especial, siguieron por reclamar que en todos los hospitales les garantizaran dietas libres de gluten. De ahí a las escuelas, porque las familias hasta entonces tenían que proporcionar la comidas de sus niños celiacos. Luego reclamaron una correcta señalización de los alimentos y que estos llegaran a todos los supermercados, hartos de comprar a precio de oro en circuitos especiales.
Y llegaron a los restaurantes. Hoy no hay un local que se precie que no ofrezca menús sin gluten. Y las familias y afectados pelearon entonces por aclarar que no bastaba usar cereales sin gluten, sino que en la cocina había que trabajar aparte, porque una simple traza (en los utensilios por ejemplo) bastaba para arruinar la salud de un afectado. En la etapa actual, la situación no está garantizada para los celiacos, pero el sin gluten se ha convertido en el emblema de la salud alternativa. Toda clase de sanadores están utilizando esta exclusión en sus recetas, como si el trigo fuera el origen de cada dolor de espalda y su ausencia, la garantía del mejor rendimiento físico.
Por eso recientemente las asociaciones han puesto el grito en el cielo porque la moda les perjudica: demasiados restaurantes hacen la oferta en su carta y al final no se ha cuidado el detalle en la cocina, sucumbiendo los verdaderos celiacos.
La banalización puede que haga bajar los precios de los productos, al consumirse en mayor medida, pero los accidentes se han disparado un 600%, según denunciaba la asociación de celiacos de Catalunya hace un par de meses.
Salut Pública y el Col·legi de Dietistes-Nutricionistes pidieron sensatez a los entusiastas del sin gluten. “Toda persona que crea que sus síntomas mejoran al comer productos sin gluten debería acudir al médico y descartar que haya una celiaquía o una sensibilidad al gluten”, advertía la subdirectora de Salut Pública, Carmen Cabezas. Basta un análisis de sangre.