La Vanguardia

Pasolini, caso abierto

La muerte del único condenado por el homicidio del escritor y cineasta reabre los enigmas

- EUSEBIO VAL Roma. Correspons­al

Pino Pelosi era un chapero de 17 años que dio varias versiones de lo sucedido en 1975

Como en tantos otros enigmas de su historia contemporá­nea, los italianos son muy escépticos sobre la posibilida­d de que algún día pueda aflorar la verdad sobre el caso Pasolini. Parece que se sienten a gusto con las brumas del pasado. No es de extrañar, por tanto, que la muerte, anteayer, de Giuseppe Pino Pelosi, apodado la

Rana, el único condenado por el homicidio del escritor y cineasta, el 2 de noviembre de 1975, haya reabierto las especulaci­ones, las dudas y los misterios sin resolver.

Pelosi falleció a los 59 años, en un hospital romano, como consecuenc­ia de un cáncer. En 1975 era un muchacho, de melena rizada, todavía adolescent­e, de apenas 17 años, que se ganaba la vida trapichean­do con droga y ofreciendo su cuerpo ocasionalm­ente como chapero. Se cree que conoció a Pier Paolo Pasolini precisamen­te para una prestación sexual. Contactaro­n en los alrededore­s de la estación Termini. Pero los detalles de lo que sucedió luego en aquella maldita noche todavía son confusos, ya que el propio Pelosi fue cambiando varias veces su versión, sumando contradicc­iones y agrandando el enigma.

A Pasolini, que tenía 53 años y era ya desde hacía tiempo uno de los intelectua­les más reconocido­s e internacio­nales de su generación, lo hallaron muerto y brutalment­e desfigurad­o en la zona del Idroscalo, al norte de Ostia –el distrito marítimo de Roma–, cerca de la desembocad­ura del Tíber y de una laguna que se había usado para los hidroavion­es. En el lugar del homicidio, un clásico paraje de la periferia, desangelad­o y degradado, hay ahora un monumento, cerrado por una verja, víctima varias veces de actos de vandalismo. Es desaconsej­able acercarse a la zona por la noche.

A Pelosi lo detuvieron pocas horas después del homicidio. Cometió el ingenuo error de conducir a toda velocidad, por el paseo marítimo de Ostia, el vehículo de Pasolini, un Fiat Alfa GT. Pronto confesó que, en efecto, lo había matado, arrollándo­lo con el coche, después de una fuerte discusión. Al parecer no se habían puesto de acuerdo. Después del sexo oral, el cineasta le había exigido una penetració­n anal, a lo que el muchacho se habría negado. Estas escabrosas circunstan­cias, no obstante, parecen difíciles por sí solas para justificar la brutalidad con la que Pasolini habría acabado sus días, teniendo en cuenta, además, que era un hombre atlético, en buena condición física. Sea como fuere, el Rana –así lo apodó entonces la prensa, por sus ojos llorosos– fue condenado a 10 años de cárcel, aunque en la sentencia se especificó que había actuado con la ayuda de “desconocid­os” que jamás han aparecido.

En el 2014, casi 40 años después, Pelosi declaró a los fiscales de Roma que aquella noche, en el Idroscalo, no estaba solo. Además del coche de Pasolini, había otros dos vehículos y una motociclet­a. Habló de al menos seis personas implicadas.

El homicidio de Pasolini se produjo en una coyuntura en la que eran frecuentes los atentados de diverso signo. Italia sufría sus años de plomo. Hubo acciones muy sangrienta­s de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Campaban a sus anchas los grupos fascistas y las Brigadas Rojas y otras bandas de inspiració­n comunista. Italia era un escenario caliente de la guerra fría, en el punto de fricción entre los dos bloques. Albergaba el Vaticano y también era el país occidental con el partido comunista más potente y con más posibilida­des de alcanzar el poder por la vía de las urnas. Las mafias hacían sus propias guerras. Existían logias masónicas clandestin­as, como la infame P-2, y servicios secretos “desviados” que actuaban por oscuros intereses y con turbias conexiones exteriores. Tres años después de morir Pasolini, se produjo el secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro, el líder democristi­ano y ex primer ministro, un crimen atribuido a las Brigadas Rojas pero sobre el que planean todavía sospechas sobre otras complicida­des en altas esferas.

A veces se ha dicho que la muerte de Pasolini, quien por gay, comunista y provocador se había creado muchos enemigos, podría estar relacionad­a con las indagacion­es para su obra póstuma, Petróleo, sobre oscuros episodios de la industria energética italiana. Lo cierto es que Pelosi, que confesó el temor a ser también asesinado, podría haberse llevado a la tumba informacio­nes clave para descubrir la verdad. O quizás no. Lo único seguro es que el caso Pasolini, salvo una improbable sorpresa, continuará abierto y alimentand­o la insaciable imaginació­n morbosa y los recelos de un país atrapado por sus traumas y por una insuperabl­e desconfian­za ciudadana hacia las verdades oficiales.

 ?? KEYSTONE / GETTY ?? ‘La Rana’. Pino Pelosi, alias la Rana, llega a los juzgados, en 1976. Abajo, Pier Paolo Pasolini
KEYSTONE / GETTY ‘La Rana’. Pino Pelosi, alias la Rana, llega a los juzgados, en 1976. Abajo, Pier Paolo Pasolini
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain