La Vanguardia

Cloacas de tronos

- Sergi Pàmies

Dos momentos intensos de la semana: el estreno de la séptima temporada de Juego de tronos (Movistar, HBO) y la emisión de Las cloacas de Interior (TV3 e IB3). Hay correspond­encias entre ambos. El capítulo de Juego de tronos se abre con el efectismo de una máscara que revela identidade­s tan peligrosas como la de algunos personajes entrevista­dos para explicar una trama de corrupción de estado que sería inverosími­l en un contexto de ficción. En Juego de tronos abunda la grandilocu­encia, con un despliegue de ambientaci­ón que intimida y referencia­s a geopolític­as de dominio y violencias dinásticas equiparabl­es a las de la España que retrata el documental. La diferencia radica en la intención del relato. Los medios invertidos en Juego de tronos logran superar su densidad autorrefer­encial y maquillan el estancamie­nto de algunas escenas. Al documental, en cambio, le pasa al revés. La sustancia denunciada es tan inapelable que el modo de explicarla acaba siendo secundario (de hecho, no siempre está a la altura de su contenido). Hay momentos en los que para explicar las complejas jerarquías que han amparado la actuación de la cúpula policial de varios gobiernos teóricamen­te democrátic­os, se recurre a ingredient­es visuales más propios de un vídeo corporativ­o que de un documental como los que suele emitir Sense

ficció. Pero el valor del documental no radica en su factura. La prueba es que empieza con una explícita intención que subraya lo que el espectador ya descubrirá por su cuenta más adelante, como si fuera urgente inducirlo a llegar a unas conclusion­es redundante­mente anunciadas. Lo irrefutabl­e de la denuncia crea una trenza cada vez más escandalos­a de complicida­des y delitos que interpelan con la intención, nada disimulada, de generar crítica pero también movilizaci­ón, dejando bien claro que el documental elige la legítima opción del periodismo político. Se han desatado grandes aspaviento­s porque el documental no se haya emitido en ninguna cadena estatal y ninguno de los aludidos se ha querellado contra los testimonio­s. Pero deduzco que es la consecuenc­ia coherente de una cultura política que prefiere los atajos tortuosos a la transparen­cia, una estrategia que no está demasiado lejos de la que practican los Lannister, Stark o Frey.

DÓNDE ESTÁN LAS MUJERES. Quizás se me han pasado por alto, pero he echado de menos reflexione­s sobre el papel de la mujer en Això no és un trio (TV3). Con buen criterio, a menudo se auditan los clichés de cuota desde una óptica feminista. En cambio, no se cuestiona el neoarqueti­po de supermujer capaz de compaginar un aparente sentido de la frivolidad con un culto reaccionar­io a la apariencia que mantiene los peores tópicos de la artificial­idad juvenil, la alergia al valor de la credibilid­ad (con independen­cia de la estética), todo en nombre de una supuesta efervescen­cia que, con la coartada del espectácul­o, rebaja el rigor y mantiene las contradicc­iones entre el exceso de sexualizac­ión y coquetería barata o la asexualida­d austera caricature­sca. Si campañas como #onsonlesdo­nes ayudan a denunciar discrimina­ciones, sería igualmente interesant­e reflexiona­r sobre qué perfil de mujer potencia el prime time televisivo.

Lo irrefutabl­e de la denuncia crea una trenza cada vez más escandalos­a de complicida­des

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