La Vanguardia

Historia de una voz

- Llucia Ramis Barcelona

Lograr una voz propia. Es el gran reto de cualquiera que se exprese. La soprano Begoña Alberdi tiene la suya. Pero no se trata sólo de tener un don, detrás también hay mucho trabajo. La editora Eugenia Toledo la animó a escribir Canto y técnica

vocal para Dummies (CEAC), y lo presenta en la Casa del Llibre. Empieza con un aria que funde corazones, en una sala congelada por el aire acondicion­ado. El teniente de alcalde Jaume Collboni explica que Alberdi le recomendó que trabajara su voz, “los políticos necesitan autorizarl­a de manera convincent­e”, y para ello hay que saber controlar el tono, el volumen y la oratoria; el cómo, además del qué.

Collboni le pasa la palabra a Xavier Albertí, director del TNC, “con permiso de la Guardia Civil”. Él cuenta una anécdota desopilant­e, una noche que tuvo que compartir habitación de hotel con un tenor. Al apagar las luces, notó una mano en cierta parte del cuerpo. El otro le dijo: “Como estoy muy nervioso, he pensado que tal vez me relajaría entregarme al placer de Onán”. Y cuando Albertí le señaló que el paquete era el suyo, el otro respondió: “Lo sé, pero yo mañana canto”. Luego Alberdi da una clase magistral muy divertida sobre la importanci­a de hacer llorar sin llorar ella, la profesión de salvar almas, la dificultad de explicar cómo se logra el pianísimo, qué significa darle la vuelta al sonido. Y al final, reparte globos entre el público para que todos sepan dónde está y cómo funciona el diafragma. Hace tanto frío que me da un ataque de tos. Alberdi sabe a qué velocidad salen disparadas las partículas de saliva.

A veces, la voz ajena no es fácil de captar. Y otras, surge casi sola. Es lo que le ocurrió a Irene van de Mheen cuando tradujo al neerlandés Germà de gel, de Alicia Kopf. Quizá sea porque, además de escribir, ambas son artistas visuales, y eso se transmite en la obra. Por ejemplo, en la imagen de los explorador­es del polo Norte, pequeñas manchas sobre el fondo vacío, como letras que se abren paso en la página. “Cualquier acción sobre ese fondo se convierte en puro gesto”, dice Kopf. Y también: “Una traducción es permitir que la propia novela se emancipe”. En la Biblioteca Bernard Lesfargues del Institut Ramon Llull están Izaskun Arretxe, Han Nefkens, Txell Torrent, Eugènia Broggi, Jordi Nopca. De algún modo, al ser traducida, tu voz vuela. Se transforma, deja de ser del todo tuya.

Pero ¿qué pasa cuando juegas con ella, cuando la impostas? En la nueva sede de Foto Colectania se presenta A chupar del bote. Según el editor de RM Verlag, Ramon Reque verté, este libro encumbra a Ximo Berenguer, un valenciano que murió en accidente de moto en 1978, a los 32 años, tras haber retratado los secretos de El Molino. Su obra se ha recuperado gracias a un amante cubano que tuvo entonces. Las fotos que hizo del music-hall van acompañada­s del texto de un tal Manolo de la Mancha, que podría ser el pseudónimo de Manuel Vázquez Montalbán, dice el historiado­r de la fotografía Horacio Fernández. Por su parte, el ensayista y comisario artístico Iván de la Nuez considera que el libertinaj­e aún tiene algo que decirnos sobre la Barcelona de esa época. El galerista Mira Bernabéu explica cómo se llevó a cabo la exposición que recogía aquellas instantáne­as entre bambalinas. En una, junto la tele encendida, en la que aparece Franco, una vedette se maquilla frente al espejo, donde también se refleja el autor.

Una mano se levanta en el turno de preguntas. “Muy buenas vuestras ponencias –comenta Joan Fontcubert­a–. Casi me he creído Ximo Berenguer existió”. Revuelo entre el público. “Pero no es así, porque Ximo Berenguer soy yo”. Esto no es una presentaci­ón, añade, es una performanc­e, un fake para demostrar cómo se construye la plusvalía en tiempos de la posverdad. Las fotos son suyas, de 1975; lo demás ha sido marketing. Es fácil engañar a todo el mundo si publicas cualquier cosa en internet.

Y a la vez, es tan fácil que todo el mundo se quede sólo con una parte de la historia. Es lo que pasó tras el accidente de aviación en los Andes, en 1972. “Perdidos en la montaña, ni se nos ocurrió que podríamos ser tratados como héroes”, dice Roberto Canessa. “Lo único que queríamos era salir de allí para seguir es’tudiando Medicina”. Tenía 19 años y, en medio de la nada –como los explorador­es en el Polo, motas en la página en blanco–, se sabía conejillo de Indias. En Tenía

que sobrevivir, publicado por Alrevés, hace una comparació­n entre aquella aventura y los trasplante­s del corazón; hoy es uno de los cardiólogo­s infantiles más reconocido­s del mundo. La esperanza, la fuerza, la determinac­ión, inspiraron su vocación para salvar vidas. En seis meses, el libro va por su cuarta edición, como recuerda Carles Prats en una entrevista ejemplar. Parte de los beneficios son para la fundación de cardiopatí­as congénitas CorAvant.

Esta vez, en la Casa del Llibre no hace frío; demasiado pasó ya el autor mientras superaba lo inimaginab­le. Al contrario, hace mucho calor. Pero el público, aunque sea otro, vuelve a emocionars­e, como hizo con el aria de Alberdi. La voz de Canessa también les ha llegado al corazón.

Alicia Kopf: “Una traducción es permitir que la propia novela se emancipe” ‘Germà de gel’. Irene van de Mheen (traductora) y Alicia Kopf (autora) presentan la traducción al neerlandés en la Biblioteca Bernard Lesfargues del Institut Ramon Llul

‘A chupar del bote’. Iván de la Nuez y Horacio Fernández en la presentaci­ón-fake de este libro (de un tal Ximo Berenguer que resultó ser Joan Fontcubert­a).

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TXELL TORRENT
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