La Vanguardia

Me acosté con un asesino en serie

- Joaquín Luna

Desde que escribo columnas, los amigos, las compañías y aún desconocid­os me regalan generosame­nte intimidade­s –que agradezco–, con el fin de darme material original. También podrían regalarme un jamón, un Hoyo de Monterrey o dos barreras en Bilbao, pero no sería lo mismo.

–Un psiquiatra amigo me contó en Nueva York que hay mujeres que tratan de intimar con condenados a muerte. Y cuantos más crímenes han cometido, mayor es la lista de espera de estas mujeres, algunas con dinero y muy atractivas.

Tan inquietant­e dato me obsequió –bueno, al Pàmies también– Marina Rosell el jueves en la cena de fin de curso del Islàndia de RAC1, un detalle –otro– de Albert Om. Cenábamos en el jardín del Alma colaborado­res y equipo –una delicia–. La revelación fue un antes y un después: no siendo yo el estrangula­dor del Gran Price, la noche se presentaba fatal.

No dudo que la historia sea fundada –es más, creo en el morbo, el blanco y el negro– pero... ¿para qué me regalan argumentos sin tesis? ¿No sería más sencillo invitarme al Camp Nou? Yo no digo que la revelación sea inservible, al contrario, pero tampoco querría que los lectores que no se acuestan con mujeres de bandera saliesen ahora por las noches a cargarse bartenders a fin de terminar dando tanda a señoras estupendas con ganas de juerga en Soto del Real.

Me extraña que existan mujeres que en lugar de preferir a un santo varón se pongan cachondas con un reo de metro noventa, torso musculado por las horas de gimnasio, cipote tatuado y una mirada que atraviesa. Además, ¿y de qué van a hablar con esos asesinos en serie? ¿De si TV3 tendrá el morro de emitir Las cloacas de Interior las 31 noches de agosto?

Esta gente asesina sólo sabe hablar de sí mismos: yo ahorqué a mi consuegra, yo estrangulé al presidente de la comunidad de vecinos, yo por mi madre mato, no una sino mil veces...

Otra explicació­n plausible es que las voluntaria­s sean hermanitas de la caridad que quieren ganarse el cielo aceptando que un asesino en serie las ponga mirando a La Meca y Medina, lugares santos del islam. Al fin y al cabo, la verdadera caridad es aquella en la que la mano izquierda no sabe lo que hace la derecha, aunque en este caso no es difícil de imaginar.

–Os tengo que contar una cosa que no se la he contado ni a mi marido... –Cuenta, cuenta, Janet... No dudo que haya mujeres tan desprendid­as, aunque quizá la razón de fondo sea tener bajo control las 24 horas del día y sin riesgo de fuga a un hombre malo, malísimo, peor.

–A mí, que vayas matando por ahí, no me molesta. Ya sabes incluso que me pone tonta, pero lo que no te perdonaría nunca es que me engañases con otras.

Bien mirado, la vida sexual de un asesino en serie tampoco es gloria.

No siendo el estrangula­dor del Gran Price, la noche se presentaba fatal tras intuir que los malvados gustan

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