Chefs y productores dinamizan El Prat como foco gastronómico
Orgullosos de su despensa, seducen a quienes valoran la autenticidad y buscan el kilómetro 0
A veces, cuando los fines de semana la playa se llena de gente y es imposible aparcar, o cuando de madrugada actúa un dj conocido frente a los chiringuitos y no hay manera de tomarse una caña en el Maravillas o el Calamar, hay vecinos a los que les cuesta creer cómo ha cambiado El Prat en la última década. Lo reconocen jóvenes emprendedores como Susana Aragón y Óscar Teruelo, del Cèntric Gastrobar by Ona Nuit; como Joan Aliaga, quien lleva el bar del centro público La Capsa, o su hermano Isaac, que además de tener parte de ese negocio lleva el Maravillas o el Can Pizza (con los hermanos Colombo). Emprendedores como Tomàs Rodriguez, que aprendió con grandes chefs y volvió a su ciudad para abrir el restaurante Axarquia con su pareja, Esther Ruiz; como Rosa Farrés, de La lluna en un Cove; Jofre Tarrida, de Cal Pere Tarrida (Nariz de Oro en el 2013), o Ximo Montané, de la hamburguesería La Santa.
Ahora muchos amigos los envidian por vivir en un lugar en pleno auge, a un paso de la playa y del entorno natural del parque agrario, por donde circulan en bici y pueden cruzarse, como ocurrió minutos antes de posar para el fotógrafo de La Vanguardia, con un rebaño de ovejas. Ellos cuentan que El Prat de hoy no es el mismo en el que crecieron, cuando la playa se miraba pero no se tocaba de sucia que estaba o algún chaval volvía a casa sin bambas porque se las habían mangado .
Lo saben bien Marta Doñate, del tradicional Can Pep, o Maria Rosa Cano, muchos años preparando tapas (“Nada de fritanga, que conste”) en el Castellana. Ahora saborea el momento dulce y la complicidad entre payeses y jóvenes que tratan de dinamizar la zona y contagiar su orgullo de ser 08820 (su distrito) o Pota Blava, como empezaron a autodenominarse, reivindicando su origen cuando en los ochenta El Prat empezó a despuntar como foco de la cultura urbana (con bandas sonora de grupos de rap y hip-hop como Mucho Muchacho, Siete Notas Sietes Colores o Mayoría Absoluta). “Cuando mis hijos eran pequeños los llevábamos a los Escolapios en Barcelona y era imposible invitar a los amigos del cole a casa, porque nadie quería venir. Ahora, cuando veo en la tienda las alcachofas más caras, o cómo se vende el pollo de El Prat, digo: esto es de mi pueblo”.
La mejora de las playas y de sus alrededores (Aena tuvo que compensar por el terreno que necesitó para la nueva terminal); el paisaje, y con él la gastronomía, han propiciado todo un fenómeno. En El Prat se vive bien, y algunos aún se llevan las manos a la cabeza, pensando en la suerte de que no los devorara Eurovegas. Otros incluso se alegran de que el metro no llegara a la ciudad hasta hace poco más de un año. “Si hubiera ocurrido cuando estaba previsto, esto sería una ciudad dormitorio porque nos hubiéramos buscado la vida en Barcelona”, explica Óscar Teruelo, quien además de llevar el Cèntric preside la Associació de Gastronomia i Turisme del Baix Llobregat (AGT). Él ha sido uno de los impulsores de esa complicidad entre restauradores y productores que resistieron en las tierras del parque agrario, donde
UN ENTORNO ÚNICO La mejora de las infraestructuras en torno al parque agrario y la playa ha sido crucial LOS VECINOS Algunos lucen la pegatina con el Pota Blava o se sienten orgullos de ser 08820
trabajan los huertos o crían pollos.
El origen de la actividad avícola, con las ferias navideñas, se pierde en el tiempo, pero ahora en torno a ese animal, cuya imagen muchos lucen en pegatinas en el coche para recordar de dónde son, se ha desarrollado un montón de actividades. Sin ir más lejos, hace quince días se celebró San Pollín, una réplica divertida de los Sanfermines que impulsó la colla de Diables hace unos años y cuyo éxito ha crecido exponencialmente, en buena medida por el empeño de la asociación, que ha incluido la propuesta gastronómica en una fiesta que ahora aúna cocina, territorio y cultura popular. Iniciativas que promueven, como el Quinto Tapa, Fira Tapa o el Març Gastronòmic, han dinamizado El Prat y animado a restauradores a apostar por el producto del parque agrario. El kilómetro 0 está tan arraigado que se trabaja para trasladar la sede del movimiento Slow Food en Barcelona a la antigua lechería La Ricarda, donde crear un centro que contribuya a dar a conocer del parque agrario y del delta del Llobregat.
Xavi Oliva es un nostálgico: cambió su puesto en un banco, en Barcelona, para volver a El Prat, donde sus padres tenían tierras, y donde ha apostado por cultivar productos muy seleccionados que sirve a buenos restaurantes. “Todavía queda mucho por hacer para que de verdad se valore la calidad y se esté dispuesto a pagarla”. Confiesa que echa de menos aquella ciudad de su infancia. “Puede que la playa estuviera sucia, pero era nuestra playa, y ahora nos están invadiendo”. También Jaume Ribas, o su hermano Joan, echan de menos los viejos tiempos, cuando vendían sin problemas lo que cultivaban. Para el primero, el campo está acabado. “La gente busca lo barato y le cuesta pagar lo que valen las frutas o las verduras que crecen con la salinidad de este suelo”. Pero sabe que lo que su hija Rosa vende en la tienda familiar, La Masia, atrae cada vez más a restauradores que sí lo valoran. El éxito del mercado de los payeses que se monta cada sábado en El Prat es un claro ejemplo de que el producto que sale del parque agrario interesa.
Las cosas les van bien a los restauradores que siguen abriendo nuevos negocios, en algunos , como el Cèntric, fomentando actividades culturales con la complicidad del Ayuntamiento. La Santa, dice Ximo Muntaner, hijo de un payés, fue la primera hamburguesería gourmet de El Prat. “Y ahora aquí hay hamburguesas prémium por todas partes”. Los turistas, asegura, se han dado cuenta de que la ciudad es un foco interesante a dos pasos de Barcelona. Hace unos días, unos amigos han abierto en una vieja masía un hostel, Mucha Masía, donde ya se alojan viajeros, Muntaner confiesa que se está planteando traducir su carta de hamburguesas al inglés.
COMPLICIDAD La complicidad entre restauradores y payeses del parque agrario es cada vez mayor