El petrolero hecho de corcho
AMÉRICO AMORIM (1934-2017) Empresario portugués
Se definía a sí mismo como un tractor y en ocasiones bromeó con que era inmortal. El hombre más rico de Portugal según la revista
el empresario aclamado como el rey mundial del corcho, Américo Amorim, falleció el pasado 13 de julio, cuando le faltaban ocho días para cumplir 83 años. Murió de una dolencia del corazón que le hizo pasar por el quirófano media docena de veces en los últimos meses y que le había obligado el otoño pasado a ceder a su hija Paula la presidencia del consejo de administración de la petrolera Galp, el principal puntal de un imperio que empezó a construir a partir de la fábrica familiar de tapones para el vino de Oporto y que diversificó hacia las finanzas, las telecomunicaciones, la energía, el textil o el turismo.
“Ser empresario es un acto de emoción”, proclamó Americo Amorim en un vídeo que grabó en el 2014 para un congreso de jóvenes emprendedores. “Depende de todos, pero intenta no depender jamás de nadie. Preserva tu independencia”, rezaba una de las máximas en las que desgranaba su ideario profesional, su concepción de lo que consideraba la “democracia económica”. Este mensaje del 2014, de tres minutos y medio, contiene un resumen de su propia trayectoria personal y empresarial. Así, defendía la diversificación, bajo el mandamiento de “nunca un solo cliente, un solo producto, un solo continente”. Y hacía una loa al trabajo, al contar que en sus inicios hacía una jornada de sesenta horas semanales, “en plena felicidad”.
Américo Amorim animaba a los jóvenes empresarios portugueses a viajar, como hizo este descendiente de una estirpe de productores de corcho nacido el 21 de julio de 1934 en Mozelos, Santa Maria da Feira, en el área metropolitana portuense. En 1953 hizo su primera gira fuera de su país con sus hermanos y primos, que le llevó a conocer una Europa aún devastada por la guerra. Al final de la década pasó cuatro años en el extranjero, recorriendo el mundo en tren, con billetes de segunda y durmiendo en pensiones, un periplo que le permitió hacer contactos en el bloque soviético. “Anduve por América del Sur, Centroeuropa y Asia. Conocí pueblos, mentalidades, cultura, reductos del poder y sociedades desfavorecidas. Me hice una idea de cómo era el planeta. Fue una universidad fantástica”, contó en una entrevista en la revista Visão este empresario que, según relató el diario Público, en el colegio era un apasionado de la geografía. Así completó su formación, pues cuando, con 18 años y tras fallecer sus padres, se incorporó a la empresa familiar que llevaba un tío suyo, tenía como único bagaje un curso de comercio.
Saltándose las restricciones de la dictadura del Estado Novo, que hizo la vista gorda, Amorim empezó en la década de 1960 la diversificación de la empresa familiar al producir aglomerados. Acometió también la internacionalización, con inversiones en Marruecos y España, así como con la entrada de sus tapones de corcho en los países comunistas. Después hizo incursiones en el sector turístico de la Cuba de Fidel Castro. En el periodo revolucionario que siguió a la caída de la dictadura lusa en 1974, Amorim fue uno de los empresarios que resistieron sin tener que huir al extranjero ni sufrir grandes sobresaltos, según él porque ya se había adelantado a su tiempo. Y aprovechó el tiempo posterior a la reforma agraria comunista para ampliar sus propiedades de alcornoques en el Alentejo.
A partir de los años ochenta Amorim intensificó su diversificación. Entró en la banca, dio un pelotazo en las telecomunicaciones e hizo su primera incursión en el petróleo, que completaría ya en este siglo cuando se hizo con el control de la privatizada Galp, que le permitiría agrandar su fortuna hasta convertirse en el hombre más rico de Portugal. En el último ranking de Forbes ocupaba el puesto 385, por delante de Donald Trump, como destacaban los medios lusos.
“Ser empresario es un acto de emoción”, decía el hombre más rico de Portugal, patrón de la Galp y rey del corcho