La Vanguardia

¿Quién mató al comendador?

- Daniel Fernández

Si se ha tomado usted la molestia de haber leído el título de esta columna y pasó por la escuela cuando todavía se estudiaban las humanidade­s y se leían algunos clásicos, seguro que ya habrá respondido en su cabeza: “¡Fuenteovej­una, señor!”, para seguir: “¿Y quién es Fuenteovej­una?”, a lo que se contesta, a ser posible en voz alta y tonante: “Todo el pueblo, a una”. Al fin y al cabo, Fuenteovej­una es una de las obras teatrales más populares y también más logradas de Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios. Y de las que dejan buen sabor de boca, porque la justicia a la brava del pueblo se impone a la tiranía de un poderoso.

Es sabido que Lope se inspiró en un episodio histórico controvert­ido, el asesinato a manos de los villanos de Fuenteovej­una del comendador mayor de la Orden de Calatrava, no se sabe si por los muchos abusos que había cometido sobre la población o simplement­e porque era partidario de la Beltraneja y no de Isabel y fue una disputa hija de la guerra civil castellana previa a lo que luego serán los Reyes Católicos. En cualquier caso, todavía pueden ustedes acercarse a Fuente Obejuna, que es como ahora se escribe el topónimo, en Córdoba, y pisar el pueblo (que no llega a cinco mil habitantes) que dio origen a la historia y a la leyenda.

En el drama de Lope, el pueblo venga una afrenta al honor de una dama. Anda por ahí el derecho de pernada y demás. Y lo esencial, y lo que hermana la historia y la literatura, es que pese a que se da tormento a los habitantes del pueblo (método de investigac­ión corriente en la Europa del siglo XV), nadie reconoce otra culpabilid­ad que la colectiva. Todo el pueblo, a una, asume la muerte del señor y así la convierte, finalmente, en un ajusticiam­iento, aunque fuera de los cauces legales al uso.

No sé si será el digamos modelo de Fuenteovej­una, tan castellano al fin y al cabo, lo que estará en las cabezas de los copresiden­tes Puigdemont y Junqueras, pero resulta bastante evidente que están organizand­o una respuesta colectiva que haga que cualquier presunto delito se diluya en la asunción de culpabilid­ad de un coro que se quiere, pretende y reivindica como la voluntad de un pueblo (lema que da bastante miedo, pero eso sería otro tema). Como todo está en los libros y en la historia, pues no sería la primera vez. Así que nada es de extrañar ni debería llamar demasiado la atención. Eso sí, el lector atento de Lope debería darse cuenta de que, en la catarsis final, quien aparece favorecida y triunfante es la justicia del rey, pues son los reyes quienes perdonan el crimen y aceptan, graciosas y católicas majestades, el arrebato justiciero de su pueblo. No sé si están los tiempos como para implorar, tras el desacato, la gracia y el perdón reales, pero es que tampoco somos en estas tierras tan rigurosos con el honor y sus miserias. Aunque también esté en nuestra historia más de un arrebato popular. Emociones, injusticia­s, el drama de un pueblo: teatro.

No sé si será el modelo de Fuenteovej­una lo que hay en la cabeza de los copresiden­tes Puigdemont y Junqueras

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