La Vanguardia

No es el ballet lo que es rancio

- Maricel Chavarría

El ballet, cuando es sublime, es una experienci­a insuperabl­e. Y cuando no lo es, suele ser una gran pérdida de tiempo. Háganse la idea de que hablamos de fútbol y tal vez se entenderá mejor y habrá más quórum, porque parece que apelar a la danza sin más es algo destinado al fracaso en este país (el que sea de los dos).

El fútbol maneja muchísimo más dinero y por tanto tiene acceso a las masas. Se adora a los futbolista­s y se les atribuye una inteligenc­ia digamos espacial, incluso galáctica. Y por mor de la competició­n cobran lo que no está escrito. Pero alguien tendrá que decirlo: la inteligenc­ia espacial de un gran bailarín puede dejar en ridículo a la del más hábil falso 9. Y su esfuerzo físico también. Por no hablar de su mágica capacidad de coordinaci­ón y sentido del ritmo. Claro que los bailarines no compiten en ninguna liga –alguno habrá que crea que sí– y no precisan del primo de zumosol que le cruja los gemelos al rival, ni caen lesionados en directo... en sus pantallas.

El ballet es un arte de una exigencia gigantesca. Cosa que se ha puesto de nuevo en evidencia en las galas de estrellas del ballet que Ibstage celebró el sábado en el Liceu. Año tras año se observa la evolución –o revolución– física que conlleva estar en lo más alto y ser capaz de interpreta­r de manera artística –que no circense– desde el estilo más clásico al último contemporá­neo. Máxime cuando creadores y directores artísticos buscan extremar el movimiento, levantar más, estirar más, depurar más, estilizar, retorcer...

“Conviene empezar a pensar en términos de calidad y no de cantidad”, puntualiza­ba con acierto Alicia Amatriain en la cena posterior a la gala. La bailarina vasca, estrella del Ballet de Stuttgart, acababa de estrenar una coreografí­a junto a su

partenarie, el joven catalán Martí Paixà; un dúo bellísimo que firmaba la coreógrafa polaca Katarzyna Kozielska para esta edición de Ibstage.

¿Acaso Barcelona no ha de contar con una compañía a la altura de las que brillan en las capitales europeas con artistas con los que la creación local pueda trabajar a placer, sin límites de calidad... ni cantidad?

El ballet no es rancio, lo que es rancio son algunas compañías. Y Catalunya tiene la suerte de poder crearla de cero, modelarla de acuerdo a los tiempos. Va siendo hora.

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IBSTAGE Alicia Amatriain y Martí Paixà estrenaron una pieza en el Liceu
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