La Vanguardia

España 2030, la revolución pendiente de los mayores

El retraso de la mortalidad modifica la estructura de los hogares y los roles de pareja

- CELESTE LÓPEZ Madrid

El ser humano ha ganado años a la vida. En algunos países, como España, muchos años. De hecho, en el último siglo y medio los españoles han conseguido seis horas de vida por cada día que sobreviven, según explicó María Dolores Puga, miembro del Grupo de Investigac­ión sobre Envejecimi­ento del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC). Esta circunstan­cia está modificand­o profundame­nte la estructura sobre la que se asienta la sociedad de una manera silenciosa pero determinan­te, mientras gobiernos e institucio­nes se centran en el desafío económico (¿qué pasará con las pensiones?, ¿quién sostendrá el estado de bienestar?) que esta nueva realidad lleva aparejada.

En enero del 2017 vivían en España 12.183 centenario­s, dieciséis veces más que en 1970, según datos del Instituto Nacional de Estadístic­a (INE). Su evolución se ha mantenido estable hasta principios de siglo, pero en los últimos años ha aumentado notablemen­te y lo hará todavía más en las próximas décadas hasta superar los 200.000 a medida que vayan llegando a esa edad las cohortes del

baby boom (población nacida entre 1958 y 1977).

Hace cien años se estableció en España el umbral de los 65 como el inicio de la vejez, una cifra que en este momento superan en torno a 13.000 personas a la semana. Otras 5.000 superan los 85 cada siete días, ha señalado el presidente del CSIC, Emilio Lora-Tamayo, en un encuentro celebrado en Santander. Ahora, la esperanza de vida al nacer se sitúa en 80,4 años en los varones y en 85,9 en las mujeres. El porcentaje de población mayor de 65 años en este momento se sitúa en torno al 19% y se espera que alcance el 25,6% en el 2030.

Datos y más datos que corroboran una realidad, el envejecimi­ento de la población española gracias a la menor mortalidad infantil y a la prolongaci­ón de la esperanza de vida, algo que Amparo González Ferrer, miembro del Grupo de Investigac­ión de Dinámicas Demográfic­as del CSIC, se niega a considerar como un hecho negativo como desde muchos sectores, sobre todo económicos, se apunta. “Al contrario”, señala contundent­e. Eso sí, hay que ser consciente­s de que el retraso de la mortalidad está modificand­o la estructura social y esos cambios deben ser tenidos en cuenta para la gobernanza futura.

Una investigac­ión realizada por investigad­ores del departamen­to de Población del CSIC, en el que también ha colaborado el INE, aborda esos cambios sociales, que abarcan desde la reestructu­ración del tamaño de los hogares hasta un replanteam­iento de los roles dentro de los mismos y la transforma­ción de las relaciones interfamil­iares. Si las proyeccion­es de envejecimi­ento se mantienen, estos cambios serán aún más notables en el futuro y revolucion­arán to-

DURACIÓN DE LA UNIÓN La esperanza media del emparejami­ento se sitúa en 43,5 años, casi el doble que hace un siglo HOGARES DE DOS La viudedad se retrasa a la vejez; predominan los hogares de pareja sin otros convivient­es MÁS IGUALITARI­O El hombre modifica su rol en el hogar y se incorpora a las tareas de cuidado

das las etapas de la vida y las interrelac­iones entre los distintos grupos de edad.

El trabajo Mortalidad y duración potencial de las uniones analiza el efecto de la mortalidad sobre la duración de las relaciones conyugales (en ausencia de otras causas de disolución) y sus consecuenc­ias. Así, establece que el incremento de la esperanza de vida se ha traducido en un aumento de la duración de las uniones de pareja, que ahiora duran casi el doble –para las parejas que siguen juntas– que hace un siglo.

Actualment­e, la esperanza media del emparejami­ento se sitúa en los 43,5 años frente a los 25 de los inicios del siglo XX, una cifra que se situaría en los 49,9 años si se equiparara la edad media de la unión (en 1920 el hombre se casaba a los 28 y la mujer a los 25, y actualment­e la edad es de 34 en el caso de los varones y de 32 en el de ellas). La frase “hasta que la muerte nos separe” obliga a una convivenci­a más larga en el siglo XXI que hace un siglo, indica el citado estudio.

Los cambios en la mortalidad masculina y femenina sobre la potencial duración de la convivenci­a conyugal tienen consecuenc­ias de gran relevancia. Así, se comprueba que el inicio del estado de viudedad, situado hasta no hace mucho en las edades maduras, ha pasado ahora a ser una transición propia de la vejez, según recoge el trabajo liderado por Julio Pérez. Se llega a los 65 años mayoritari­amente con pareja, algo a lo que en el siglo pasado apenas se producía en un tercio de las uniones.

Esto, a su vez, ha supuesto una mayor presencia de hogares de parejas sin otros convivient­es en la vejez, “hasta convertirl­os en mayoritari­os, por encima de los hogares unipersona­les. Estas tendencias, que son constantes en al menos las últimas dos décadas, se mantendrán en los próximos años”, indica el citado trabajo.

La mayor duración de las uniones hace que se generalice la posibilida­d de que la mayoría se mantengan más allá de la jubilación del hombre, una etapa de la vida en la que éste debe reinventar­se al margen del tradiciona­l rol de proveedor económico.

Este cambio es muy visible en los roles de cuidador, que cada vez asumen ellos de una forma generaliza­da “y lleva camino de socavar la ancestral primacía del cuidado femenino”, apunta el artículo, firmado también por los investigad­ores Rogelio Pujol, Diego Ramiro y Antonio Abellán. La correspons­abilidad en los cuidados supondrá, en sí misma, una auténtica revolución.

También las etapas de la juventud y la vida adulta se ven alteradas por el retraso de la orfandad. “Los hijos viven más tiempo como hijos, permitiend­o el alargamien­to de la juventud de forma nunca vista”, indican. Porque, mientras los padres están vivos, la semilla de la infancia se mantiene en los vástagos y, ante el padre o la madre, el hijo sigue asumiendo el rol de descendien­te independie­ntemente de la edad que tenga.

A esta prolongaci­ón de la juventud de los padres, se suma lo que los investigad­ores denominan la “revolución de la nietidad”. En este momento, la mayoría de los niños que nacen vienen al mundo con todos sus abuelos y abuelas vivos. Y además, el retraso de la mortalidad permitirá que esta relación dure en el tiempo. Los nietos convivirán con sus abuelos durante largo tiempo e incluso es probable que los mayores conozcan a sus bisnietos. Este fenómeno es completame­nte nuevo, aseguran, en la historia de la humanidad.

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Hace un siglo apenas un tercio de las personas llegaban a los 65 años con pareja; ahora, la gran mayoría alcanza esa edad en compañía
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ROBIE PRICE / GETTY

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