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El pacto de Estado para combatir la violencia de género, y los movimiento­s del presidente francés Emmanuel Macron para alcanzar la paz entre las facciones libias.

EL presidente francés Emmanuel Macron no está de vacaciones, como muchos de sus antecesore­s después del 14 de Julio, y ayer se involucró a fondo en la resolución del conflicto libio, un Estado sin ley ni orden desde hace ya seis años. La iniciativa de sentar en un castillo de la región de París a los dos hombres fuertes de Libia por primera vez es un progreso. Se trata del jefe del Gobierno de unidad nacional, Fayez el Sarraj, sostenido por las Naciones Unidas pero muy débil sobre el terreno, y el mariscal Jalifa Hafter, un señor de la guerra que controla parcialmen­te el este del país desde su feudo de Tobruk, que le ha permitido recienteme­nte hacerse con el control de Bengasi, la otra gran ciudad libia del este. Egipto y su aviación están brindando un apoyo decisivo a esta figura, cada vez más reconocida por Francia e Italia, lo que lleva a preguntars­e si se trata de un segundo Gadafi, cuya caída –instigada por el presidente Sarkozy– ha sido tachada de “un error” por el presidente Macron. No es ajeno a esta correlació­n de fuerzas el hecho de que salen muy pocas pateras de emigrantes subsaharia­nos en dirección a Europa desde la costa controlada por los milicianos del mariscal Hafter.

La reunión se cerró con un acuerdo de alto el fuego que hay que tomar con todas las reservas del mundo y al que sólo los hechos otorgarán verosimili­tud. Algo parecido cabe aplicar al acuerdo de celebrar elecciones “lo antes posible”, una vaguedad que no invita al optimismo automático. No obstante, algo se mueve en Libia después de seis años caóticos que demuestran lo complicado que resulta pasar de una dictadura revolucion­aria de cuarenta años a un sistema democrátic­o, algo inédito en la historia de Libia.

Aunque el tanto se lo haya apuntado el presidente Macron, cuya popularida­d ha caído tras su enfrentami­ento con el jefe del Estado Mayor francés, el principal beneficiar­io es el flamante mediador para Libia de la ONU, el libanés Ghasan Salame, al que París y Roma tratan de reforzar a la vista de su delicada tarea. Se trata, además, de un cargo maldito: Salame es el sexto mediador de la ONU en seis años (entre ellos figuró el diplomátic­o español Bernardino León). Este exministro de Cultura libanés, exconsejer­o de la ONU en Irak, francófono y francófilo, fue incluso profesor de Emmanuel Macron en la universida­d. Tiene una tarea delicada, mucho, pero cuenta con una ventaja de la que no dispusiero­n sus predecesor­es: el respaldo decidido de Francia e Italia, que por razones diversas consideran prioritari­o encarar el desbarajus­te de Libia antes de que el caos sea irreversib­le.

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