La Vanguardia

Yo y sólo yo

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Lo ha vuelto a hacer.

Aunque haya pedagogos que protestan por comparar la actitud de Trump con la de un niño, queda claro que el presidente de Estados Unidos guarda mucha relación con ese crío maleducado y pelma al que Joan Manel Serrat le pidió una cosa en su canción: “Deja ya de joder con la pelota”.

Los Boy Scotus celebraron el lunes en West Virginia su Jamboree (el festejo que convocan cada cuatro años), al que durante los últimos ochenta años siempre invitan al presidente del país. En su blog, la organizaci­ón ofreció unos consejos previos para asistir al acto. Entre estos figuraban el “ir hidratados”, comportars­e de “forma educada” y “amable”, además de evitar corear cualquier “lema divisivo” de los que se oyeron en la pasada campaña electoral, del tipo “construye el muro” o “encarcélal­a”, en relación a Hillary Clinton.

Los Boy Scouts de América emitieron ayer un comunicado, tras la intervenci­ón de Trump, que también ejerce de presidente honorario. Esta manifestac­ión no tenía el objetivo de corregir a los 40.000 adolescent­es (de 12 a 18 años) que asistieron. Su respuesta quiso marcar distancias con la conducta del adulto que intervino. Así se lee que los Scouts es una organizaci­ón “totalmente no partidista, que no promueve posición, producto, servicio, candidato político o filosofía” algunos.

Todo porque Trump, en lugar de ejercer de presidente de Estados Unidos, se dedicó una vez

La organizaci­ón emitió un comunicado para matizar que no son partidista­s ni apoyan a candidatos

más a confundir el escenario. Actuó como un mitinero, incapaz de asumir que el puesto que ostenta va mucho más allá de su ego o del culto a su persona.

“La prensa dirá que sois 200, pero parece que sois 45.000, habéis batido un récord, es un gran honor para mí”, se arrancó. Este principio grandilocu­ente tuvo un contrapunt­o en el siguiente párrafo, en el que hizo una promesa.

“Esta noche vamos a dejar de lado la batallas de Washington, ya habéis escuchado sobre noticias falsas y todo eso. Nos centraremo­s en hablar del éxito, cómo vosotros, impresiona­ntes jóvenes scouts, podéis alcanzar vuestros sueños. ¿Quién demonios quiere hablar de política cuando estoy delante de los Boy Scouts?”.

De inmediato, como tantas veces en actos oficiales de alto nivel, se traicionó a sí mismo y salió el Trump de la campaña, el de conmigo o contra mí. En vivo y en di-

recto, amenazó con su clásico “estás despedido” a su secretario de Sanidad, Tom Price, en caso de que hoy los republican­os no consiguier­an suficiente­s votos para cimentar la demolición de la llamada Obamacare o ley de atención médica impulsada por su predecesor en la Casa Blanca.

Obama, por supuesto, fue blanco de sus iras. Arremetió contra él por no haber participad­o en un Jamboree (lo hizo en una ocasión por vídeo, crítico por la discrimina­ción a los gais), despreció a Clinton, alardeó de su victoria electoral, se burló de los medios y de las encuestas no afines y aludió a cócteles y fiestas nocturnas.

En las redes sociales hubo réplicas de padres y madres de inmediato. Una afirmó: “He acabado con los scouts”. Otra proclamó: “¿Esto es lo que enseñan los scouts, a ser irrespetuo­sos con un presidente anterior?”.

Obama fue scout; Trump, no. se reunían con él pensando en los intereses americanos, y por eso este diplomátic­o de hablar pausado pero muy sociable se ha convertido en uno de los símbolos de la nada ordinaria presidenci­a de Trump. El trabajo de Kisliak le ha costado el puesto a uno de los más estrechos colaborado­res del presidente estadounid­ense, y otro anda por el borde del precipicio.

Sus conversaci­ones con el exconsejer­o de Seguridad Nacional Michael Flynn forzaron el pasado febrero la renuncia de éste. También se reunió con el fiscal general, Jeff Sessions, entonces senador por Alabama. Sessions aseguró que se reunió con el hombre de Putin sólo en calidad de legislador.

Pero nuevas revelacion­es periodísti­cas han descubiert­o que los servicios de inteligenc­ia de EE.UU. intercepta­ron otros contactos en los que discutiero­n había hecho con otros diplomátic­os soviéticos, una aversión visceral hacia EE.UU.”, dijo hace unos meses a The Guardian Steven Pifer, director de no proliferac­ión en el think tank Brookings Institutio­n.

Kisliak regresó en 1989 a Moscú, y ocupó varios cargos en el Ministerio de Exteriores antes de ser destinado en 1998 a Bruselas, donde ejerció como embajador en Bélgica y ante la OTAN. De nuevo en Moscú, en 2003 fue viceminist­ro de Exteriores. En el 2008 fue enviado como embajador a Washington, donde vivió toda la presidenci­a de Barack Obama.

Cuando en diciembre pasado este expulsó de EE.UU. a 35 diplomátic­os rusos, Kisliak dijo en una de sus pocas ruedas de prensa: “Acabamos con la guerra fría, pero es muy probable que no hayamos podido construir una paz tras la guerra fría”.

Otros observador­es de la política americana creen que su trabajo era simplement­e profesiona­l. El director del Instituto Kennan, Matthew Rojansky, que le conoce, duda que sea un agente secreto y dice que es un diplomátic­o comprometi­do con su trabajo. Y Michael McFaul, que fue embajador de EE.UU. en Moscú entre el 2012 y el 2014 y se enemistó con el Kremlin por apoyar a la oposición, tecleó en Twitter: “No seamos ingenuos. Kisliak se reunió con Sessions por su papel en el mundo de Trump. Es su trabajo”.

El hombre de Putin que intentaba saberlo todo de Donald Trump ha completado su misión este mes de julio. El cambio del embajador ruso en Washington era sabido desde hace meses. Pero como Serguéi Kisliak está marcado por el Rusiagate, su marcha ha levantado un gran revuelo.

INTERLOCUT­ORES Su trabajo ha puesto en la picota a los más estrechos aliados de Trump TRAS LA CRISIS CON OBAMA “Fuimos capaces de terminar la guerra fría, pero no de construir una paz después ”, dijo

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