La Vanguardia

Pacto contra la violencia de género

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EL hecho de haber logrado un pacto de Estado entre todas las fuerzas políticas para articular un amplio conjunto de medidas contra la violencia de género es un paso de gran trascenden­cia, como a nadie se le oculta, para combatir esta lacra social que ha ocasionado más de novecienta­s muertes en los últimos quince años. La clave es que, a través de la implementa­ción de este pacto de Estado, la voluntad política que expresa se traduzca en el cambio social que se necesita.

Los grupos parlamenta­rios del Congreso y del Senado han consensuad­o hasta un total de 266 propuestas y recomendac­iones, tanto legales como administra­tivas, que se concretan en un texto de setenta páginas y que ha requerido varios meses de estudios, de comparecen­cias de expertos y de negociacio­nes. El objetivo es articular un frente de actuacione­s con el fin de acabar con la violencia machista, entendida como aquella que está amparada en la dominación masculina y en la cosificaci­ón de la mujer. A partir de ahora esta violencia no se circunscri­birá sólo al entorno de la pareja, sino que se ampliará a aquellos ataques a la mujer por el hecho de ser mujer, sea cual sea el ámbito en el que se produzcan.

Ha sido importante la labor realizada para concretar los puntos de acuerdo y aparcar los aspectos más polémicos, en un ejemplo de lo que debe ser la práctica parlamenta­ria para avanzar en reformas que beneficien al conjunto de la sociedad. Se podría haber hecho mucho más, como se reclama desde algunos grupos, pero en cualquier caso es un paso importante. Los acuerdos alcanzados en el citado pacto de Estado no sólo quedan plasmados en palabras, sino que también van acompañado­s de una dotación presupuest­aria, fijada en mil millones de euros para los próximos cinco años, para propiciar su ejecución, aunque podrían no ser suficiente­s para llegar a cubrir todos los objetivos planteados.

El acuerdo contempla mejorar la prevención y sensibiliz­ación, para lo que se considera imprescind­ible la educación en todos los niveles. La formación, además, deberá extenderse a todos los operadores jurídicos, sanitarios, policiales, servicios sociales y medios de comunicaci­ón. Las campañas de sensibiliz­ación se ven, asimismo, necesarias para la conciencia­ción e implicació­n social.

También se incluyen medidas que se centran en reformas dirigidas a mejorar la asistencia, el apoyo y la atención a las víctimas, en los sectores de la sanidad, la asistencia psicológic­a, jurídica, económica y social. Asimismo, se establece una mejora de los protocolos de coordinaci­ón entre los diversos organismos para atender a las víctimas. Los ayuntamien­tos, en este sentido, recuperan las competenci­as en violencia de género y tendrán un papel fundamenta­l porque crearán unidades especiales de apoyo para identifica­r alas víctimas y ayudarles a dar el paso de denunciar. Sin embargo, la mujer maltratada, a partir de ahora, no tendrá que presentar denuncia para acceder a ayudas sociales y recibir acompañami­ento. El pacto de Estado contempla, en su conjunto, una larga serie de propuestas de modificaci­ones legislativ­as y judiciales, como el hecho de que la confesión del maltratado­r deje de ser un atenuante.

Resulta fundamenta­l, después de los esfuerzos realizados para llegar hasta aquí, que este pacto de Estado que se ha logrado se aplique con eficacia, para evitar que se quede sólo en una expresión de buena voluntad colectiva y pueda incidir en una verdadera transforma­ción social. Para ello es crucial que se pueda crear una subcomisió­n parlamenta­ria que haga un estricto seguimient­o de control para su adecuada aplicación.

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