La Vanguardia

La difamación viral

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No participo de la crítica al global de internet, porque toda nueva tecnología viene con el yin y el yang incorporad­os, de manera que hay que saber aprovechar lo bueno y lidiar con lo malo. Y si algo está claro es que hay mucho de bueno en intercambi­ar informació­n y tejer complicida­des a nivel mundial. La red nos ha dotado de una encicloped­ia global, capaz de darnos las pautas de lo que ocurre al otro lado del planeta, en tiempo real.

Sin embargo, es cierto que acumula mucha miseria informativ­a, publicita lo peor del pensamient­o totalitari­o e incluso crea falsas realidades que ayudan a la confusión y al barullo. A veces cuesta reconocers­e a uno mismo si el espejo es el de internet, donde los detractore­s campan y trolean con desaforado ímpetu. Me dirán que eso también ocurre en la prensa escrita o en las television­es y radios, pero nunca en el grado de impunidad que otorga la red. En internet, la mentira cohabita con igualdad de crédito con la verdad y, en general, tiende a tener más éxito y a ser más resiliente.

Entre estas miserias está la difamación, un hábito que existe desde que la humanidad campa a sus anchas, pero que ha encontrado en la red un terreno abonado. Cuesta tanto frenarla que incluso cuando ya se ha evidenciad­o el delito persiste en la red, más allá de toda culpa.

Personalme­nte, he sufrido la difamación de múltiples formas y si ha ido a mayores la he llevado a los tribunales. De hecho, tengo un lema en Twitter: al elogio, gracias; a la crítica, respeto; al insulto, bloqueo, y al delito, Código Penal. Hace poco, un tipo al que llevé a la Audiencia porque “soñaba con la nuca de Miguel Ángel Blanco” cuando pensaba en mí, y explicitab­a amenazas, ha acabado con pena de cárcel. Perdonen, pero contra las amenazas, ninguna piedad. En un tono menor, otro tipo puso mi foto en internet con una entrevista falsificad­a que tituló “Los españoles me dan tanto asco como el olor a pescado”. Era falsa, me pareció repugnante la descalific­ación que ponía en mi boca (y que nunca habría proferido, porque ser español es tan digno como cualquier otro sentimient­o nacional) y me querellé. Además, mi abogado avisó a todos los portales que lo reprodujer­on que estaba querellado, y en Twitter publiqué el desmentido en diversas ocasiones. Es igual. El otro día López Bulla escribía un articulito contra los pérfidos soberanist­as (últimament­e le da mucho por el tema) y ponía como ejemplo la falsa frase de la falsa entrevista del tipo que está querellado. Es decir, para él tenía más valor la mentira que los mil desmentido­s que estaban igualmente publicados. Y lo peor es que cuando todo esto acabe, en algún rincón de la red se mantendrá como informació­n verdadera la difamante mentira. Un proverbio judío dice que “con una mentira se puede ir muy lejos, pero sin esperanzas de volver”. El problema es que internet la retorna eternament­e.

En internet, la mentira cohabita con igualdad de crédito con la verdad, y tiende a tener más éxito

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