Nostálgico desfile de símbolos
en que me hice adulto. Antes de los Juegos Olímpicos tú ibas por el mundo y nadie sabía dónde estaba Barcelona. Después del 92 todo cambió. Todo el mundo adoraba Barcelona, y todos los barceloneses se enorgullecían de su ciudad. Aquel verano la ciudad era una fiesta”. “Nosotros es que quedamos todos los 25 de julio en Montjuïc, debajo del pebetero, donde en realidad tienen que hacerse estas cosas, y hacemos una tarta de cumpleaños con sus velas correspondientes y nos la comemos. ¡Este año ya tiene 25! Nuestros juegos fueron muy importantes para muchas personas. La verdad es que podrían haberse esforzado un poco más, organizar algo más vistoso, algo que atrajera a mucha más gente. La ocasión se lo merece”. Y los voluntarios comparan las fotos que lucen en sus acreditaciones de hace 25 años y se ríen.
“Han pasado 25 años, pero el espíritu olímpico de colaboración debe continuar más vivo que nunca entre todos nosotros –dijo un rato antes la alcaldesa Ada Colau, en la recepción de autoridades celebrada en el palacete Albéniz–. Cuando hay voluntad de diálogo, cooperación y liderazgo ciudadano, los proyectos salen adelante y pueden ser imparables”. A pesar de estas palabras, el espíritu revisionista reina en estos momentos en una ciudad que parece regocijarse haciendo permanentes exámenes de contrición, cuestionando todo lo que hizo desde hace mucho tiempo, preguntándose dónde se equivocó, si es que se equivocó. Ni siquiera el legado olímpico se escapa tampoco de este espíritu revisionista.
¿De veras los Juegos Olímpicos hicieron de Barcelona una ciudad escaparate? Hasta los voluntarios olímpicos se ponen colorados cuando ven los peinados que llevaban el día que los fotografiaron para acreditarse hace 25 años. Todo el mundo se pregunta si acaso lo que hizo hace tanto tiempo lo hizo bien.
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