La Vanguardia

Elevar la mirada

- Jordi Balló

Si no se produce ningún imprevisto, Mariano Rajoy declara hoy en la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares. Que un presidente del Gobierno en activo declare en un juicio no es demasiado habitual, pero tampoco se puede considerar un hecho extraordin­ario en el ámbito internacio­nal. Lo que sí en cambio resulta más interesant­e es que, ante esta convocator­ia, el poder judicial español se ha puesto en marcha con el fin de modificar algunas de sus rutinas visuales. Y, al hacerlo, nos demuestra la raíz profunda de sus sistemas iconográfi­cos, que parecen invisibles hasta el día que cae el velo y aparece una verdad oculta.

El poder judicial ha propuesto que Rajoy se siente en el lugar de los abogados, en el mismo nivel que el tribunal y de aquellos que lo interpelar­án. El motivo de este desplazami­ento del sitio habitual de los interrogat­orios, una banqueta en medio del cuadriláte­ro de la sala, se debe a que de esta manera Rajoy no tendrá que elevar la mirada a la hora de contestar las preguntas que se le puedan hacer. No elevar la mirada significa que desaparece toda sombra de culpabilid­ad o de sospecha, y preserva así su dignidad intacta.

Al introducir esta variable sobre la ubicación en la sala, el poder judicial español está admitiendo explícitam­ente lo que normalment­e quiere ocultar: que su sistema de representa­ción de un juicio se basa en una jerarquía del espacio que lo que busca es hacer sentir incómoda a la persona convocada, con voluntad de denigrarla. En el momento en que se le evita a Rajoy este trance visual, se viene a reconocer que todo el sistema está pensado para hacer sentir que el testigo, o el inculpado, es alguien que sólo por estar allí, sentado, con la mirada alzada, ya provoca desconfian­za.

El poder judicial español normalment­e no enseña nunca estas cartas. Y en consecuenc­ia provoca que no exista una crítica a su representa­ción, porque parece natural e invisible. Sólo algunas veces esta forma de culpabiliz­ar sin decirlo deviene intolerabl­e. Recuerdo el día en que víctimas del franquismo se sentaron en el banquillo para declarar en el juicio contra Garzón. Ver víctimas tratadas como presuntos culpables agredía toda sensibilid­ad democrátic­a.

El sistema está pensado para que se sienta que el testigo, o el inculpado, provoca desconfian­za por el hecho de estar ahí

Esta invisibili­dad de la escenifica­ción de los poderes legales españoles busca reforzar una idea que cada vez se aplica más taxativame­nte: el sistema funciona perfectame­nte, es una máquina engrasada que no se cuestiona. Esta opacidad no es un signo de discreción, sino una voluntad de ponerse en escena desapareci­endo.

Es esta defensa de la rutina aparenteme­nte inocente la que ahora se tambalea cuando se decide modificar la ubicación de Rajoy. Al hacerlo, sabemos que estos dispositiv­os importan, que están estudiados cuidadosam­ente para transmitir al público una impresión, un mensaje visual, independie­ntemente de su propia verdad. En un juicio, las personas tienen que mirar al poder desde abajo, y cuando lo hacen las situamos en el campo de la sospecha.

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