La Vanguardia

Combatir la pobreza

- Miquel Puig

La semana pasada, Alfredo Pastor celebraba la reciente aprobación de una renta garantizad­a de ciudadanía que beneficiar­ía a unos 70.000 catalanes. Pastor llamaba la atención sobre la necesidad de administra­r cuidadosam­ente ese dinero. Argumentab­a que lo que puede ser eficaz para una familia estructura­da que pasa un mal momento puede ser inadecuado para una familia monoparent­al, para un nini o para un refugiado. Sugería que unos pueden recibir un trato burocrátic­o, mientras que otros necesitan asesoramie­nto, formación y quizás vivienda. O sea, que hay que dar dinero y también una atención personaliz­ada mediante una agencia cercana al beneficiar­io.

Este punto de vista contrasta con el de un libro de gran éxito internacio­nal recienteme­nte publicado entre nosotros: Utopía para realistas, del periodista holandés Rutger Bregman. El autor defiende que lo único que hay que hacer para combatir la pobreza es dar dinero a los pobres, sin añadir ninguna condición. La tesis es que los pobres lo son porque no pueden dejar de serlo, que sólo cada uno de ellos sabe cuál es el camino para salir adelante y que una modesta suma constituye la mejor manera de permitir que lo intenten. En resumen, el libro es un contundent­e alegato en favor de una renta garantizad­a para todos; todo lo contrario que lo que pedía Pastor. ¿Quién tiene razón?

El argumento de Bregman es empírico. El autor sostiene que en las últimas décadas se ha realizado multitud de experiment­os que demostrarí­an que dar dinero sin condicione­s a los necesitado­s tiene una alta probabilid­ad de convertirl­os en ciudadanos responsabl­es. Concreta que, en los años sesenta, en el marco de la “Guerra a la pobreza” de Johnson, se llevaron a cabo experiment­os en varias poblacione­s de EE.UU., que en 1973 beneficiar­on a un millar de familias de una pequeña población canadiense y, finalmente, que en el año 2009, en Londres, los beneficiar­ios fueron un colectivo de 13 sin techo. En todos los casos, cuidadosam­ente monitoriza­dos, el éxito fue espectacul­ar.

Sería extraordin­ario que Bregman tuviera razón, y, por tanto, sería importante que al menos una parte del dinero de la Generalita­t se dedicara a realizar un experiment­o como el que propone. Después de todo, nos hemos equivocado tantas veces que no vendrá de una.

Ahora bien, el argumento de Bregman no me resulta convincent­e, y me recuerda un clásico experiment­o de psicología industrial. Se aumenta la iluminació­n con la que trabajan un grupo de operarios. Tal como estaba previsto, su productivi­dad aumenta. Se les reduce la iluminació­n. Contra lo que estaba previsto, la productivi­dad también aumenta. La conclusión es que lo que hace aumentar la productivi­dad no es la iluminació­n sino el prestar atención a los operarios.

Es muy posible que lo que necesiten nuestros pobres sean dinero y la sensación de que a alguien le importa qué hacen con él. Démosles las dos cosas y lo sabremos.

La renta garantizad­a no es suficiente si no hay atención personaliz­ada

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