Un mal trago

UMàrius Carol N político, cuando está en el poder, se levanta y decide lo que va a hacer, pero cuando figura en la oposición se pone en pie y decide lo que va a decir. Sin embargo, en ocasiones, al gobernante se le juzga por lo que declara y no por lo que decide. Es el caso del presidente Mariano Rajoy, que ayer saltó de la cama sabiendo que debía hablarle al país, aunque no desde el púlpito político, sino desde el estrado judicial. No era una papeleta fácil, ni una jornada corta. Los que conocen al jefe del Ejecutivo saben que casi nada le desestabiliza y que pocas cosas le hacen cambiar de humor. Rajoy pone distancia a las cosas, nunca se precipita y cuenta hasta cien antes de tomar una decisión. Tampoco ayer se le vio especialmente nervioso cuando entró en la sala de la Audiencia Nacional, a pesar de que hizo historia: por primera vez en democracia, un presidente del Gobierno debía prestar declaración como testigo en un juicio, por la llamada trama Gürtel, que habría servido para financiar el PP. Fue un mal trago, incluso para un político

DIRECTOR curtido en mil batallas y con una biografía ilustrada con un puñado de cicatrices, causadas más desde las filas propias que desde las trincheras de la oposición.

Hace unos años se le habría permitido al presidente declarar por videoconferencia, pero en los tiempos populistas no hay distingos que valgan. El ciudadano Rajoy no estuvo cómodo. Más bien inquieto, gesticulante, seco. Uno de los abogados estuvo a punto de alterarlo, a pesar de su infinita paciencia. Parapetado en el argumento de que no controlaba los aspectos económicos del partido, que desconocía que hubiera una caja B y que el complemento que cobraba del PP lo declaraba a Hacienda, llegó al final, no sin haber sudado más de lo que se suponía por la temperatura de la sala. No fue un buen día, aunque salió airoso. Por un momento pareció que abandonaría la sala airado. No es fácil reconocer errores cuando se disfruta del confort del trono.