La Vanguardia

Mireia Belmonte añade otro oro a su historial

Mireia Belmonte tumba a Katinka Hosszú y logra el oro que le faltaba

- SERGIO HEREDIA Budapest Enviado especial

–¿No sentía la presión del público, que voceaba por Katinka Hosszú? –se le preguntaba ayer a Mireia Belmonte (26), en las entrañas del Duna Arena.

–La verdad es que ya estoy bastante acostumbra­da. Cuando estás ahí, procuras ir a lo tuyo. –Pero ¿no le molestaba? –En el Mundial de Barcelona 2013 ocurrió lo mismo. Entonces gritaban por mí. No pasa nada.

Y luego se fue, tal y como había venido. Con su oro al cuello. El oro en los 200 m mariposa, el título mundial que le faltaba. Y en su prueba fetén. Aquella en la que ya había ganado el verano pasado, en los Juegos de Río.

Desde entonces, desde Río, Fred Vergnoux repite una cantinela:

–Cada día, cuando se levanta, Mireia sabe que es la campeona olímpica. Eso no se lo va a quitar nadie –dice su entrenador.

Ahora también es la campeona del mundo. Y a Belmonte le impresiona. Aunque menos.

–El mayor de mis sueños había sido ganar el oro olímpico. Era mi gran sueño, mi momento. No le voy a engañar. Esta es la guinda al pastel. Pero aquello...

Luego se fue al podio y a suavizar. Más metros en la piscina de entrenamie­nto. Y de noche, al fisio.

Hoy vuelve al ruedo, en las primeras rondas de los 800 m libre. Pero en el ambiente quedó el aroma de su triunfo. Había derrotado a la diosa Hosszú en su escenario.

–¿Se lo ha planteado? –se le pregunta Fred Vergnoux.

–Había que darle la vuelta. Se trataba de derrotar a Hosszú. Y en su casa –responde.

Ha disputado ya cuatro pruebas. Suma dos medallas en Budapest. Van cinco en su carrera deportiva. ¿Hasta dónde?

–¿Hasta dónde? –le pregunto a Vergnoux.

–No podíamos venirnos arriba. Tras la plata del martes, en los 1.500 m libre, no podíamos decirnos: ‘Ya está hecho, ya podemos irnos de vacaciones’. Teníamos que seguir adelante, por respeto a nuestro deporte y a nuestras propias personas. Una plata era genial. Pero queríamos más...

El mensaje lo corrobora Belmonte, que llevaba días confundida.

Había nadado mal el domingo, eliminada en dos pruebas. Y ahí habían salido las dudas. –Tuvimos que hablar, desde luego –dice Vergnoux–. Tampoco demasiado, porque la conozco muy bien. Sé que necesita sus momentos de soledad total. Meterse en su agujero y salir de allí para hacer cosas excepciona­les. Sabíamos que tenía cuerpo y que debía esperar grandes cosas de sí misma.

Había resurgido dos días después, con la plata en los 1.500 m. Pero había vuelto a descompone­rse más tarde, con extrañas sensacione­s en las series y en las semifinale­s de la mariposa.

–Dijo haberse sentido extraña en las rondas previas –se le preguntó.

–La verdad es que sí. Nadaba y nadaba, y no me cansaba. Pero no podía ir más deprisa. No sé. Supongo que cada carrera tiene su forma. Y hoy (por ayer), encima me había levantado con dolor de garganta y de cabeza. Me sentía fatal. Ni siquiera sabía cómo podría competir.

–¿Qué pensó?

–Solo quería volverme a la cama. Pero también entendía que esta era una gran oportunida­d. Que no todos tienen la opción de aparecer en la final de un Mundial. Que todo esto no podía desperdici­arse. Y ahí estalló Belmonte. Lo hizo por la calle tres, abstraída de todo. Sin pensar en la diosa Hosszú, que nadaba por la calle siete.

¡Menudo jaleo había en el Duna Arena! No solo nadaba Hosszú, sino también Szilagyi. No una húngara, sino dos. Y todo enloqueció aún más al paso del cien: Hosszú lideraba. Y Belmonte marchaba segunda. –¿Lo sentía? –Ahí fuera apenas sientes nada. No ves nada. Hosszú iba lejos. Mi referencia era la alemana Hentke, que venía a mi lado. –¿Y bien? –Me fié de esa referencia, y luego tiré adelante.

Belmonte había tomado la cabeza al iniciar el último largo. Y luego todo se ajustó: Hentke se le echó encima en las últimas brazadas. Belmonte aguantó el tipo. –Sabía que los últimos 25 m me costarían. Y me costaron.

El registro fue notable, aunque algo inferior a su oro de Río. Entonces había acabado en 2m04s85. Esta vez, en 2m05s26. ¿Y bien? –Ha sido su victoria más difícil. Nunca se ha relajado tras Río. Gana y vuelve a hacerlo –dijo Vergnoux.

¿A quién le importa el cronómetro, en la final de un Mundial?

“¿Cómo voy a competir?”, se preguntaba Belmonte por la mañana: le dolían la garganta y la cabeza

“Tras la plata del martes, no podíamos irnos de vacaciones; debíamos respetarno­s”, dice el técnico

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ALBERTO ESTÉVEZ / EFE Una emocionada Mireia Belmonte le lanza besos al público
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