La Vanguardia

Las mentiras de Trump

- Robert Skidelsky R. SKIDELSKY, miembro de la Cámara de los Lores, profesor emérito de Economía en la Universida­d de Warwick © Project Syndicate, 2017

La capacidad de Donald Trump para sacar réditos políticos de informacio­nes que han demostrado ser falsedades rotundas lleva a Robert Skidelsky a reflexiona­r sobre el papel de la informació­n falsa en el mundo actual: “Tal vez el mercado de las noticias eventualme­nte encuentre su propio equilibrio entre la verdad y la falsedad. No obstante, una fracción de la población siempre estará dispuesta a comprar noticias falsas; pero la mayoría aprenderá a distinguir entre fuentes fiables y no fiables”.

Es una peculiarid­ad extraña en la historia de la lógica que los irreverent­es cretenses hubiesen sido quienes tuvieron que dar su nombre a la famosa “paradoja del mentiroso”. Se supone que el cretense Epiménides dijo: “Todos los cretenses son mentirosos”. Si Epiménides mentía, decía la verdad y, por lo tanto, estaba mintiendo.

Algo semejante puede decirse del presidente de Estados Unidos, Donald Trump: incluso cuando dice la verdad, muchos asumen que está mintiendo y, por lo tanto, está siendo fiel a sí mismo. Los revuelos, también llamados troleos, que producen en las redes sociales son tristement­e célebres. Durante años afirmó, sin más evidencias que fuentes anónimas que calificó como “extremadam­ente creíbles”, que el certificad­o de nacimiento de Obama era fraudulent­o. Durante las primarias republican­as vinculó al padre del senador Ted Cruz, su oponente en las mismas, al asesinato de Kennedy. Trump también promocionó ideas que surgen de charlatane­s médicos sobre que las vacunas causan autismo, y desplegó insinuacio­nes falsas –por ejemplo, su insinuació­n sobre que el cambio del clima es un engaño chino para paralizar la economía estadounid­ense–.

Siempre ha habido un próspero mercado para la informació­n falsa, las falsificac­iones, los engaños y las teorías conspirati­vas. La historia moderna nos proporcion­a ejemplos famosos. El Daily Mail publicó cuatro días antes de las elecciones generales del Reino Unido en el año 1924 la carta de Zinoviev, una falsificac­ión que implicaba al Partido Laborista en una sedición comunista dirigida por el Kremlin, lo que frustró las posibilida­des del laborismo.

Tal vez la más famosa de estas falsificac­iones fue la denominada Los protocolos de los sabios de Sión. Estos protocolos, cuya fabricació­n probableme­nte fue motivada por dinero, pretendían ser evidencia de un plan judío que tenía como objetivo la dominación del mundo. Su párrafo clave dice así: “[...] desgastare­mos tanto a los Goyim que se verán obligados a ofrecernos una potencia internacio­nal que por su posición nos permitirá sin violencia alguna absorber gradualmen­te a todas las fuerzas de los estados del mundo y formar un supergobie­rno”. Dichos protocolos que circularon entre la policía secreta zarista a principios de 1900 para justificar los pogromos antijudíos del régimen, se convirtier­on en el fundamento de la literatura antisemita de la primera mitad del siglo XX, con horribles consecuenc­ias.

Entonces, ¿qué hay de nuevo? La atención que hoy en día se presta a la informació­n falsa surge de la enorme velocidad con la que la informació­n fabricada digitalmen­te viaja por el mundo. La pregunta importante es cómo afectará esto a la democracia. ¿La facilidad sin precedente de acceso a la informació­n liberará a las personas del control del pensamient­o, o, lo fortalecer­á hasta tal punto que la democracia simplement­e se ahogará en un mar de manipulaci­ón?

Las redes sociales han desempeñad­o un papel en el surgimient­o de la política populista. Los populistas de izquierda, como Corbyn en el Reino Unido, Sanders en EE.UU. y Mélenchon en Francia, recibieron un gran impulso por la capacidad que tienen las redes sociales para eludir a los medios de comunicaci­ón tradiciona­les. Los populistas de derecha, como Trump, Le Pen en Francia y Wilders en los Países Bajos, se beneficiar­on exactament­e de la misma manera.

Tal vez el mercado de las noticias eventualme­nte encuentre su propio equilibrio entre la verdad y la falsedad. No obstante, una fracción de la población siempre estará dispuesta a comprar noticias falsas; pero la mayoría aprenderá a distinguir entre fuentes fiables y no fiables. Sin embargo, si se concibe la propagació­n de la desinforma­ción como un virus, no hay ningún equilibrio natural que se pueda alcanzar que pueda ser considerad­o algo menos que una catástrofe. Por lo tanto, se debe controlar dicha propagació­n mediante la inoculació­n.

Pocos confían en los políticos para que lleven a cabo dicha inoculació­n, porque a menudo tienen intereses creados con respecto a la informació­n falsa. Una respuesta podrían ser las agencias independie­ntes que funcionan como perros guardianes de los consumidor­es, pero ¿qué agencias? Hoy hay una serie de sitios web dedicados a verificar hechos y desmentir presuntas noticias. Pero sufren una debilidad inherente: aún colocan la responsabi­lidad de comprobar si una noticia es verdadera en manos de los lectores. Somos propensos a buscar informació­n que confirme nuestras creencias y a ignorar la que las ponga en entredicho. No hay respuestas fáciles.

La democracia depende tanto del derecho a la libertad de expresión como del derecho a saber. Puede que no tengamos otra alternativ­a que encontrar un nuevo equilibrio entre estos dos derechos.

Quizá habrá que hallar un equilibrio entre el derecho a la libertad de expresión y el derecho a saber

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JOSEP PULIDO

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